DE TRICOUNIS Y HOMBRES
Cuando el excelente alpinista británico Stephen Venables, ataviado impecablemente con su elegante -no lo dudes lector- traje de tweed, calzando sus no menos atractivas botas claveteadas de legítimo cuero español, y cubierto con el tradicional sombrero de fieltro que distinguía a todos y cada uno de los alpinistas del XIX, escalaba la ruta Whimper que recorre la bellísima -al menos, de lejos- arista Hörnli del Matterhorn para la magnífica película de la BBC “La Conquista del Cervino”, uno, que se tiene por un romántico empedernido, palidecía de pura, y también genuina, envidia española.Contaba el inglés lo bien que se encontraba equipado de aquella guisa, la resistencia y el buen abrigo que proporcionaba el tejido de Manchester y, lo que es más llamativo, el franco agarre que se obtenía con aquellas antiguallas picadas de clavos.Hay un par de cuestiones relacionadas con los súbditos de Su Graciosa Majestad que, por este orden, me merecen el máximo de los respetos: su pragmatismo alpinista y su concepto del fútbol. Por tanto, no dudo en absoluto de las palabras del buen escalador y documentalista del otro lado del Canal. Dicho esto, y puestos a reflexionar sobre el tema, de inmediato caemos en la cuenta de los brillantes e, incluso, sorprendentes resultados que, hasta bien entrado el siglo XX, los escaladores se sacaban de la manga con aquellos equipos.
Varappe, un término que ha pasado desapercibido en España, fue adoptado por el vocabulario alpino a partir de 1883 y, en algunos ambientes, definió durante muchos años –aún lo hace hoy día- la escalada en roca.Bénédict Horace de Saussure, tras haber visitado en su juventud el cañón de La Varappe, escribió: “Recuerdo las sensaciones que percibí al acariciar la roca y gozar de las vistas del Salève. ¿Acaso es Ginebra y su montaña el laboratorio del que va a nacer la conquista del Mont Blanc?”. En 1815, en la villa de Mornex, un grupo de científicos suizos funda la Academié Suisse des Sciences Naturelles, por cuyos ilustrados salones pasarían Linneo, Rousseau y el propio Saussure-Hijo-. A mediados de la centuria, Richard Wagner compondría en el mismo lugar su “Cabalgata de las Valkirias”, y, allá por 1892, aquel paisaje vería serpentear el primer ferrocarril cremallera de la historia.Un grupo de montañeros ginebrinos, de la región de Salève, tomaron por asalto las paredes rocosas de la garganta de La Varappe y sus acrobacias y arriesgadas maniobras pronto fueron de todos conocidas. Aquel grupo, que en el último tercio del XIX apenas contaba con quince aguerridos componentes, a fecha del inicio de la Gran Guerra generaba en la pequeña región más de cuarenta y dos asociaciones alpinas, un semillero del que surgieron maestros alpinistas de la clase de Lambert, Boulaz o Ditter. Los mismos que en 1953 entregarían en bandeja de plata la llave del Everest a la expedición triunfante de sir Jonh Hunt, tras haber rozado ellos mismos la gloria un año antes...
Varappe, un término que ha pasado desapercibido en España, fue adoptado por el vocabulario alpino a partir de 1883 y, en algunos ambientes, definió durante muchos años –aún lo hace hoy día- la escalada en roca.Bénédict Horace de Saussure, tras haber visitado en su juventud el cañón de La Varappe, escribió: “Recuerdo las sensaciones que percibí al acariciar la roca y gozar de las vistas del Salève. ¿Acaso es Ginebra y su montaña el laboratorio del que va a nacer la conquista del Mont Blanc?”. En 1815, en la villa de Mornex, un grupo de científicos suizos funda la Academié Suisse des Sciences Naturelles, por cuyos ilustrados salones pasarían Linneo, Rousseau y el propio Saussure-Hijo-. A mediados de la centuria, Richard Wagner compondría en el mismo lugar su “Cabalgata de las Valkirias”, y, allá por 1892, aquel paisaje vería serpentear el primer ferrocarril cremallera de la historia.Un grupo de montañeros ginebrinos, de la región de Salève, tomaron por asalto las paredes rocosas de la garganta de La Varappe y sus acrobacias y arriesgadas maniobras pronto fueron de todos conocidas. Aquel grupo, que en el último tercio del XIX apenas contaba con quince aguerridos componentes, a fecha del inicio de la Gran Guerra generaba en la pequeña región más de cuarenta y dos asociaciones alpinas, un semillero del que surgieron maestros alpinistas de la clase de Lambert, Boulaz o Ditter. Los mismos que en 1953 entregarían en bandeja de plata la llave del Everest a la expedición triunfante de sir Jonh Hunt, tras haber rozado ellos mismos la gloria un año antes...
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.......Alfredo íñiguez. 2007
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