UN CAFÉ CON LA VIDA
XVII SEMANA DE MONTAÑA DE VILLAVICIOSA.
Pepe García, Los Picos de Europa en los años 70.
Ir a la semana de montaña de Villaviciosa es un lujo para el espíritu.
Los del Llama Ello tal parece que le hubieran birlado la poción mágica a Panoramix: con apenas setenta socios y bajo la dirección incombustible de Juan Parrondo, despliegan unas actividades que no harían setecientos. Su semana de montaña va por la décimo séptima edición, con un mínimo presupuesto, pero con mucha inteligencia la van sacando adelante con dignísimos resultados, como el de ayer, donde el montañero, pintor, filósofo y amigo Pepe García (que encima ye de casa) deleitó al respetable.
Sietes, es una recoleta aldea de Villaviciosa, plagada de hórreos centenarios, por la que discurre el hermoso camino senderista que desde Gijón conduce a Covadonga. A los de Sietes los llaman “los pelegrinos” y eso es así porque sus habitantes han forjado tradición popular del ir a ver a La Santina. Esas excursiones a la sombra del Sueve con rumbo al Macizo de Poniente prendieron en el alma de mi amigo su pasión por las montañas, y por la vida.
Érase que se era, el pasado siglo. Ya mediada la centuria, pasaban los años con una lentitud exasperante para los que éramos niños entonces. Había unas instituciones que a los infantes nos causaban terror: los tribunales. Casi siempre ubicados en viejas casonas espectrales, accedías arrastrado, presa tu mano temblorosa de la zarpa inmisericorde, normalmente, de mamá. Ascendías por crujientes escaleras de madera apolillada y barandillas temblorosas de hierro forjado hasta una estancia de techos infinitos donde eras abandonado a tu suerte.
Dependieran de los conservatorios de música, de las escuelas de artes y oficios o del bachillerato, los tribunales estaban compuestos por aquellos seres infames, servidores seguro, de Cthulhu, sacerdotes de Azathoth, catedráticos y profesores de rostros impenetrables, curtidos en mil interrogatorios que, tras una mesa enorme, sobre una tarima inescalable, escrutaban tu alma con aviesa mirada hasta marchitarla: en las reválidas…en los exámenes…en los ingresos.
Y en la vieja Vetusta, hubo de presentarse Pepín para ser torturado. Él, que venía de un pueblecito, quedó impresionado por la noble y antigua capital asturiana. Había estado practicando semanas para la prueba de dibujo a mano alzada. Cuando entregó el trabajo, observó como aquellos sujetos, grises como sus trajes, se lo pasaban de mano en mano mientras le lanzaban miradas de soslayo. Lentamente, avanzó hacia él uno de aquellos… “¿Podría usted repetir el ejercicio?”. El pánico se apoderó de nuestro héroe que, a pesar del temblor que desde las criadillas ascendió hasta la nuca, comenzó a dibujar de nuevo… Tras unos breves instantes, el profesor le retiró la hoja y se fue mascullando… “Este chiquillo es un artista”.
Sí en aquel momento hubiera sabido el tribunal lo que Pepe García, en su inocencia bíblica, había entendido por mano alzada, caen sus miembros fulminados. Mano alzada, para él, era simplemente no descansar la muñeca al tirar los trazos, ni el antebrazo, ni el codo. Mano alzada ¿qué iba a ser? Pues “mano alzada”, la extremidad en el aire, sin apoyar. ¡Si el propio nombre lo dice!
Esta anécdota que Pepe me contó en cierta ocasión describe el carácter del ponente de ayer. En los tiempos que corren cargados de tecnificación y pamplinas, darse una vuelta por los precarios setenta de la mano de la ironía cargada de emoción y cariño por nuestros Picos, es como abrir una ventana a un fresco amanecer. Con el soporte de una colección de antiguas y muy cuidadas imágenes (digitalizadas), adornado todo ello con abundantes y atinadas referencias literarias desde Lueje a Rebuffat pasando por el inefable Pedro Pidal, el ponente nos llevó de la mano por majadas y jous.
Recordar aquellos equipos, perdón: no-equipos con los que la mayoría salíamos al monte, nuestra inocente ignorancia que se suplía a base de ilusión, aquella soledad en las excursiones, los viejos refugios y sus guardas, como Remis, aquellas pifias en toda regla por las que absolutamente todos pasamos, la increíble emoción que nos embargaba al alcanzar aquellas cumbres soñadas, nos devuelven al viejo espíritu piquista, y porque no decirlo, también nos descargan unos cuantos años de la chepa.
A los jóvenes, y ayer había unos cuantos en el hermoso teatro maliayo, se les salían los ojos de las órbitas comprobando como eran las cosas. Como comentaba uno de ellos al final de la charla: “Nos subimos a una silla y pensamos que hacemos algo. Ver y oír estas historias nos demuestra que en la vida casi todo está hecho”.
No sé si todo está hecho, pero como dice Pepe: “A veces, presta tomarse un café con la vida”.
Enhorabuena.
................................Alfredo Íñiguez 2011