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sábado, diciembre 05, 2009

Decíamos ayer:

A la Doctora Luciana Andrade con todo nuestro cariño.




Felicidad para todos cuando se nos escapa un año más de entre los dedos. Os engarzo un collar de perlas del Rector de Salamanca.

......................................Fredo.
















Y luego, en estas ascensiones a las cumbres, en estas escapadas por los campos, se desnuda uno del decorum, de ese horrendo y estúpido decorum, y se pone uno el alma en mangas de camisa.


Y en estas correrías por campos y montes, ¡qué alivio, qué hondo sentimiento de libertad radical cuando dejando todo decoro se pone uno a hacer y a decir chiquilladas! Se cuentan cuentos ambiguos o grotescos o simplemente sin sentido, se chapuza uno en la infancia. ¡Oh, estas sumersiones en la remota infancia!


Escápate cuando puedas a la cumbre, ve a pasar unos días al pie del Aconcagua, donde más alto puedas. Deja de pisar el asfalto de los bulevares. Aprende a desdeñar eso que llamamos civilización, y que rara vez es tal, y a extraer de ella lo que de cultura encierre.


Deja la civilización con el ferrocarril, el telégrafo, el water-closet, y llévate la cultura en el alma. La civilización no es más que una cáscara para proteger las pulpas, el meollo, que es la cultura


¿Cómo aguantar a todos esos señores que se nos vienen dando consejos o disparándonos insultos, si no se recrease uno charlando con cabreros, mendigos, gañanes y toda laya de gente sencilla y a la buena de Dios?


¡Desdichado del hombre que se aburre si tiene que permanecer solo unos días en medio de la campiña libre! ¡Desdichado del hombre que no puede prescindir del ruido y el trajín de sus prójimos!, porque este tal no se ha encontrado a sí mismo ni ha sabido siquiera buscarse, ni se ve sino reflejado en los demás.



...no saben dormir, ¡pobrecillos!, sino en cama de hotel, ni saben comer sino con una cualquiera de esas infinitas aguas embotelladas que tienen perdido el estómago a todos los tontos, y una comida internacional, que es la peor de las comidas. Para estos desgraciados unas horas de diligencia, de carro, a caballo, en burro, y nada digo a pie, son el peor tormento. Esos pobres jamás conocerán el mundo.



[...] el efecto y la sensación que las montañas nos producen no crece, ni con mucho, a medida de su altura



Esto de ascender a las cimas de las montañas, y más si son rocosas, es un placer que tiene tanto de sensual como de estético


No cabe decir en qué tal cima es distinta de la otra, como no cabe expresar en qué se diferencia el gusto de un manjar del de otro manjar cualquiera.



Así es como el sentimiento estético de la naturaleza, nacido del agradecimiento a los favores que nos hace, sólo se perfecciona y acaba a medida que nos hacemos dueños de esos favores mismos, de los que antes éramos esclavos.



Se desnuda uno el cuerpo, y el sol lo seca y reconforta y le seca a la vez la ropa. Y se siente más hombre de la tierra respirando a pecho descubierto el aire de la cumbre.



Allí, en la cima, envuelto en el silencio, soñaba en todo lo que habiendo podido ser no he sido para poder ser el que soy; soñaba en todas las posibilidades que he dejado perder.





Escápate cuando puedas a la cumbre, ve a pasar unos días al pie del Aconcagua, donde más alto puedas…





Es una lástima que la ramplonería de la rutina española lleva a tantas gentes a pueblecillos banales, de una lindeza de cromo que encanta a los merceros enriquecidos, y haga les asuste pasar incomodidades para ir a gozar de visiones que están fuera del tiempo.




Pero ¿quiere usted subir más arriba? -nos decía otra vez otro campesino-; ¿allá?, allá no se puede subir; aquel pico es inaccesible; allá no ha subido nadie. Y le dije: de que nadie haya aún subido no se deduce que no se pueda subir y sea inaccesible; vamos, sí, a subir allá




Declararon la empresa imposible, y a nosotros, que la intentábamos, locos de remate. Y llegamos a la cima y nos vieron encaramados en ella, y al bajar y decirles [atención al comentario]: «¿Ven ustedes cómo hemos llegado allá y cómo es posible subir a esa pingorota?», nos contestaron: «¡Otra! Pero pudieron ustedes matarse...». Y yo repliqué: «Sí pudimos habernos matado, y éste es el mayor encanto de haber subido, el que pudimos matarnos al subir.



He estado hace pocos días en los altos de la sierra de Gredos, espinazo de Castilla; he acampado dos noches a dos mil quinientos metros de altura, sobre la tierra y bajo el cielo; he trepado al montón de piedras que sustenta al risco de Almanzor; he descansado al pie de un ventisquero contemplando el imponente espectáculo del anfiteatro que ciñe a la laguna grande de Gredos, y viendo el Ameal de Pablo levantarse como el ara gigante de Castilla, he convivido un momento con el pastor de las cimas y he recorrido, al bajar, las tierras teresianas, pasando mi fatiga del viaje por entre los nogales de Beceda, donde durante unos meses trató a la Santa -a Santa Teresa de Jesús ¡claro está!- una curandera. Traigo el alma llena de la visión de las cimas del silencio y de paz y de olvido, y, sin embargo, nada se me ocurre, lector, decirte de ello.



........................................MIGUEL DE UNAMUNO.
Salud.