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lunes, febrero 16, 2009

ASCENSIÓN EN NAVIDAD







Altos son Picos Urriellos
Altos son de maravilla
Pero más alta se ve
Peña Santa de Castilla
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Popular


La niebla dejaba resbalar su húmeda presencia entre los castaños y los robles hasta despeñarse en una cascada fantasmal por el costado de la Santa Cueva, abrazando el agua qué en un rumor apagado surgía de las entrañas de la roca.



Las tímidas lucecitas que velaban a la Santina aparecían entre la borrina difuminadas como luciérnagas. En esta época hacía frío. Despacio, subí las estrechas escaleras y mis pasos resonaban en la explanada y en la propia cueva deslizando su sonido entre las rocas; repetido por el eco volvía a nacer más profundamente, en el pequeño estanque. Atravesé la reja forjada, vieja y la vi.: La pequeña, la galana Virgen que se erguía sobre el altar, me quedé mirándola, se me escaparon los ojos hasta un piolet clavado en la roca por encima de ella. Lentamente me volví y deshice el camino hasta el viejo todoterreno que me esperaba con el motor encendido, abajo, en el cruce.

La doble tracción rugía con fuerza y se mezclaba con el crujido del hielo al quebrarse. En este punto, casi a la altura del lago Enol , la encaimada era compacta e impenetrable. Juan se detuvo sin apagar el motor, me ofreció un pitu que agradecí así como un trago de orujo que nunca le faltaba en la petaca. Al día siguiente, me decía, tendría que bajar a Cangas de Onis con Luisa: a comprar turrón para los neños y a por penicilina para el xatín que estaba postrado en la cuadra ya iban dos días. Le di la mano, salté a la nieve y recogí la mochila. El claxon sonó cuesta abajo.

Deslicé la mano por detrás de la correa y empuñe el piolet, llevaba dos horas andando y ya las nubes quedaban abajo. Mucha nieve, había sido buena idea subir de noche. Estaba helada y subía deprisa, arriba las estrellas tilitaban. El brillo de una de ellas me recordó algo. Las cumbres y las agujas descarnadas herían a la noche cuando llegué a ver la tímida luz del refugio. Diez minutos más tarde empujaba la puerta de la vieja construcción de piedra. Dentro una vela y dos linternas frontales alumbraban el cuadro, sacos en las literas y bolsas de alimentos en las estanterías, las cuerdas colgaban de los clavos del techo. Saludé, me respondieron ayudándome a desprenderme del macuto y ofreciéndome un aromático te con menta.
Dos parejas y mi amigo Javier habían subido a pasar la navidad aquí arriba, en la acogedora paz del silencio invernal, más tarde, nuestras voces alegraron el gris de la piedra de la cabaña.


La pereza me estaba venciendo cuando respingué dentro del saco. Asomé la punta de la nariz, me indicó exacta que habría de vestirme deprisa. Javier ya estaba haciendo el desayuno, su risa y el zumbido de la cocinilla acompañaban mis esfuerzos por introducirme, que tal parecía, en las botas. Comimos queso y jamón, bebimos café y en un alarde de intrepidez sorteamos el primer largo de cuerda: salimos al exterior.

Uno pegado al otro enfilamos hacia los Argaos, un cordal de gráciles agujas, no sin esfuerzo ganamos una horcada a la altura de la primera de ellas conocida como la Fragua y nos situamos en su vertiente opuesta. A punta de crampón, hiriendo el hielo atravesamos las Barrastrosas, el Jou de los Asturianos, bajo la Torre de Santa María, para vernos poco después en la inmensidad del Jou Santu. De él hacia arriba, la mole de Peña Santa y su espolón norte: vertical y cubierto de hielo, sobrecoge el ánimo.

El día es bueno, muy frío y despejado. Recorremos el jou a media ladera contemplando su impresionante embudo glaciar.

En la base del espolón nos encordamos, preparamos los clavos de roca y los tornillos de hielo. Tengo tanto frío que elijo empezar, lentamente y con las manos entumecidas, hasta que reaccionan con el dolor de mil alfileres en la piel. Coloco un seguro y a puro equilibrio gano la reunión del primer largo, llego sudando. Llamo a Javier que todo potencia recupera el pitón y gana la reunión con una rapidez insultante. Me da el relevo, se entrega en silencio a su tarea, asciende seguro mientras los cristales que cubren las presas se van depositando en mi anorak.

No recuerdo que pensamientos me acompañaban mientras de manera automática escalaba el hielo: puntas de crampón derecho, crampón izquierdo, piolet derecho, piolet izquierdo. Brilla el hielo al saltar bajo los golpes repetidos. Abajo, un abismo blanco de diáfana belleza.
Es tarde, cuando nos detenemos a comer algo, enseguida al hacerse la pendiente menos pronunciada dejamos el terreno mixto que se hacía difícil y por un estrecho corredor con buena nieve helada, ganamos la cresta cimera.

Son las once de la noche cuando vemos cumbre. Habíamos arrancado entre las sombras a las cinco de la mañana. Hay que vivaquear, cavamos un hoyo a sotavento. Comemos turrón y a duras penas calentamos agua para una sopa, no hay prisa. Estamos en Navidad, algo me recorre la espina dorsal, todo es diferente desde aquí, como sí la inocencia que creemos perdida nos diera una bofetada. Javier está silencioso y sus ojos brillan. Es la montaña.

El tiempo se mantiene claro, una estrella fugaz recorre durante un segundo el firmamento, mis ojos quedan fijos en el cielo. Vería decenas esa noche.
Soy consciente de lo que quiero. Quiero la Navidad de cielo y piedra, del viento susurrando o rugiendo. Quiero la paz que huye del grito y la mentira. Quiero la Navidad de Juan, de Luisa, de los nenos del xatu. De la nieve que luce su blancura de novia .

Mañana bajaremos…









............................Alfredo Íñiguez. 1980

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LA LÍNEA SCHULZE

Este artículo me fue solicitado por Elisa Villa (Ver Un viaje en el Tiempo) para la revista del decano y entrañable G. M. Vetusta. Aprovecho la ocasión, para públicamente, enviarle a ella y a sus compañeros de redacción del magnífico libro "Gustavo Schulze en Los Picos de Europa" mi más sentido agradecimiento por los cientos de horas empleadas en la confección de esa extraordinaria obra, que ha recuperado para siempre y de la manera más brillante al gran pionero, el maestro Schulze. Me consta que Elisa, ni siquiera cobra derechos de autor, lo que engrandece ,si cabe, aún más su trabajo, hecho sin duda desde el amor y la pasión por nuestras montañas. En el cito tambien a Adolfo...Por lo menos estabas ahí y eso no nos lo quita nadie... Quizás el romanticismo no esté de moda, pero sin el reconocimiento y el estudio de nuestros predecesores, ni siquiera la ética que a veces reclamamos para nuestro deporte, tendría una base sólida y probablemente, una razón fundamentada de ser.













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Cervino. Un poco de Historia








No se podía escalar, las nubes que lo cubrían eran la morada del dragón y los demonios bailaban en su cumbre al son de encantados vientos helados. Así soñaba el Materhorn, el Cervino, en la noche de los tiempos. Pero una edad terminaba, en la década de los cincuenta del diecinueve, otro dragón llegaba a los alpes, el ferrocarril y éste cargaba en sus hombros a un ejercito invasor, los turistas. De ellos y por encima de todos, los ingleses. Inglaterra, una nación dueña de medio mundo iba a aportar una nueva especie a la fauna alpina, de entre sus nutridas filas, los más osados o los más locos conformarían un grupo que desarrollaría una nueva actividad , el arte, el oficio de escalar montañas, nacía el alpinismo.


En la sociedad victoriana existían dos aficiones susceptibles de ser comparadas de alguna manera con el deporte actual, a la sazón la caza del zorro y ligeramente por debajo, la caza de tigres y de búfalos, es evidente que estas actividades solo podían ser practicadas o por militares o por la nobleza más rancia y adinerada, coincidiendo en muchas ocasiones ambas cualidades en un mismo individuo. En el año 1858 se funda el Alpine Club, y se da la circunstancia que entre sus miembros, los más numerosos son profesionales, abogados, profesores universitarios, bastantes clérigos e incluso estudiantes; gentelmans como se les definía en la época, unido esto a una gran autoestima propia del periodo victoriano y a la relativa facilidad económica con la que se podía acceder al nuevo “sport”, éste se pone de moda, convirtiéndose de la noche a la mañana en una auténtica obsesión nacional.Tanto es así que tras el desastre acaecido durante el descenso de la primera al Cervino, la propia reina Victoria, encargo a su gobierno la prohibición del alpinismo.Es así, como los alpinistas ingleses comienzan a escalar “Todo lo que se veía” y cito textualmente. Como si de una campaña militar se tratara se sube al Schreckhorn, el Taschorn, el Weisshorn, el Fisserhorn, el Dent Blanc, El Castor, el Gablehorn, el Rothorn , el Liskamm, todos salvo el Matherhorn. Tan solo el extraordinario guía suizo Crhistian Almer, que actuaba en los alpes Berneses con el estilo de un alpinista inglés, igualó en la época aquel empuje casi demencial.En este contexto, un personaje apareció en escena en el año 1860. Edward Whymper que apenas contaba con veinte años de edad.Grabador de profesión conoció los alpes por encargo de su editor, con la misión de dibujar unas escenas alpinas. Quedo impresionado por lo que vio y pronto decidió que le interesaba más aprender a escalar montañas que dibujarlas.Este hombre, de extracción muy humilde, estaba fuera de contexto en el club alpino de tal manera que hasta le achacaban su acento, de clase baja. Es probable que esta circunstancia, acrecentaran su ambición y su arrojo.En Junio de 1865, Whymper regresa a Suiza y en la que casi con seguridad es la campaña más espectacular de la historia de los alpes, efectúa con sus guías; entre otras; las siguientes actividades: El Dent Blanche, el Grand Cournier, los Grand Jorasses, LÁguille Verte, el coll de L´Enne, el Coll de Talleure y el Ruinette. En el espacio de un mes escalaron 30.500 m. y recorrieron unos 600 Km.




A este respecto se preguntaba el excelente alpinista Ingles Sthepen Venables: “¿Alguna vez se ha igualado aquello?..... …… ¿Alguien lo ha superado en una campaña de escalada alpina?.........Tenía una especie de lista de la compra con los picos por escalar………."Una especie de confianza ciega”




En 1861, viaja a la cara italiana del Cervino en busca de Jean Antoine Carrel, el versalleri, había sido uno delos oficiales que habia luchado por la unificación de Italia.Tambien era cazador, su pasión por escalar quizás partiera de esta circunstancia.Era el único guía que creía firmemente en la accesibilidad del Cervino y se había propuesto hacerlo a toda costa, con o sin clientes.Whimper afirmaba que Carrel era el mejor escalador en roca que había conocido, pero le sacaba de quicio, J Antoine no aceptaba ordenes.En el fondo, era un nacionalista, había luchado por la nación Italiana y en su fuero interno deseaba esa primera para su patria.Siete intentos hizo Whimper por la arista del León, tres de ellos con Carrel, pero nunca sobrepasó los 4200m, siempre quedó a 300 m. por debajo de la anhelada cumbre.Whimper diseñaba su propio material, tal es así que un año le pararon en la aduana porque entre sus inventos llevaba una escalera plegable, los aduaneros dieron por hecho que era un ladrón y solo pudo colarse por el paso fronterizo convenciendo a los funcionarios que era un artista de circo y aquellos materiales, incluida la escalera, eran parte de su número. No eran los únicos que creían en la cumbre el extraordinario alpinista Irlandés, el científico, Jonh Tindall está a punto de alcanzar la cima en 1862. Tambien algunos miembros del Alpine Club estaban al acechoHabiamos dejado a Whimper a finales de julio de 1965, tras su increíble periplo de cuatro semanas, despide a sus guías y se va a Italia en busca de Carrel, este le recibe más esquivo y taciturno de lo habitual. No le dice nada a Whimper, pero ya se había comprometido con un miembro del gobierno italiano Cristino Sella, un buen escalador que acababa de fundar el club alpino italiano………Afirmaba que si eran capaces de subir la montaña por la cara italiana, se relanzaría la economía de los deprimidos valles italianos y esto convertiría a Carrel en un héroe nacional ………….Cuatro días después, se despierta el inglés, compuesto y sin novia. El italiano se había largado a la montaña sin él y lo que es más lo había hecho llevándose con él a todos los guías y porteadores del valle…….. Cabreo consiguiente. Y ocurre lo inesperado, aparece en escena por el paso de montaña del pequeño Cervino, lord Francis Douglas, en la que era su tercera campaña alpina. Se ponen de acuerdo retoman el paso y se dirigen a Zermatt.


Y de nuevo otra circunstancia extraña: Llegados al hotel Monte Rosa en Zermatt se encuentran con el Reverendo Charles Hudson, escalador de gran prestigio, que acababa de renunciar a una expedición de exploración por el Nilo debido a su interés por el Matterhorn.Los dos ingleses se ponen de acuerdo, pero Hudson impone una condición, tendrían que llevar a su compañero de viaje, el inexperto Douglas Hodow, de 19 años que acababa de escalar el Mont Blanc. Whimper no era partidario de llevarse un novato al Cervino pero Hudson fue inflexible y Whimper accedió………… Parten a la mañana siguiente en compañía de tres guías alpinos, Peter Tauwlander, El viejo. Su hijo Peter, el joven. Y el notabilísimo guía de Chamonix Michel Crozz. El meticuloso Whimper había improvisado una cordada de fortuna, para la carrera más evocada y romántica de la historia del alpinismo.Dejemos que sea Rebuffat quien nos resuma lo acaecido en la hornliEs por eso que son Wymper y Douglas los que desean unirse a la cordada de Hudson, a causa de la presencia en esta del hombre clave, el guía Michel Croz, Wymper escribe dejando ver exactamente lo contrario: "...así pues invitamos a Mr. Hudson a unirse a nosotros". Hudson acepta que las dos cordadas sean una sola, con la condición de que su joven acompañante, Hadow, sea parte de la expedición (tal y como había previsto). "Me pareció conveniente informarme de las ascensiones que había hecho", continúa escribiendo Wymper; Hudson respondió: "Mr. Hadow ha hecho la ascensión del Mont-Blanc en menos tiempo que la mayoría de los demás ascensionistas" Con esta estúpida declaración, hecha sin embargo por un hombre tranquilo, inteligente y que conocía bien la montaña, fue la clave de la catástrofe que sobrevendría dos días más tarde. En efecto, ¿Existía alguna relación entre una ascensión exclusivamente sobre nieve (el Mont-Blanc), y una enteramente sobre roca (el Cervino)? Ninguna. ¿Existía alguna relación entre la archiconocida montaña, ascendida por primera vez 79 años antes, y una escalada por terreno virgen, que ha rechazado todas las tentativas? Ninguna. La declaración hecha por el reverendo, a propósito de Mr. Hadow, para justificar su presencia en la caravana es del todo aberrante, pero que Wymper, con una mente lúcida y precisa, la acepte sin inmutarse... "Mr. Hadow fue admitido sin más preguntas", escribió a continuación. De hecho, Wymper, si quiere ir al Cervino, no tiene elección: ha sido Hudson y no él quien ha contratado a el hombre clave: Michel Croz. En el punto en el que se encuentra la situación, (Carrel, en ese momento, se encontraba ya arista de Lion) Wymper no está dispuesto a dejar pasar ninguna oportunidad, incluso con el riesgo enorme de admitir a un joven sin experiencia previaGracias a la presencia y a la profesionalidad de Michel Croz, que escala en cabeza, -al menos en este punto Wymper y Hudson no se equivocaron- la larga caravana compuesta de siete personas en una sola cordada alcanza, a la 1 h. 40 min. de la tarde la tan deseada cima. El éxito es total y Wymper puede escribir: "Estuvimos una hora entera en la cima: una hora llena de gloria" El problema es que, de una cima hay que bajar, y que el descenso siempre es más difícil que la subida. Wymper y Hudson, tras ponerse de acuerdo, deciden que Croz descienda el primero, seguido por Hadow; Hudson será el tercero y de esta forma asegurará a Hadow en los pasos más delicados. El cuarto será lord Douglas, y después irán Taugwalder padre, Wymper y Taugwalder hijo. Poco después de abandonar la cima, al comenzar el descenso, Hadow resbala y no consigue ser sujetado por Hudson, el cual, inmediatamente por encima suyo se encarga de asegurarlo; cae sobre Michel Croz que descendía y le desequilibra. Hudson cae, así como lord Douglas, y los cuatro hombres, Croz, Hadow, Hudson y Douglas, caen a toda velocidad por la vertiginosa cara norte. La cuerda se ha roto entre Douglas y Taugwalder padre. A propósito de esta cuerda, se llegará a decir que Taugwalder padre la cortó. Además de ser una ignominiosa mentira, es una estupidez.Hay una diferencia fundamental entre el peso estático que puede sujetar una cuerda, peso que puede ser muy elevado, en cualquier caso muy superior al de 4 incluso 7 personas, y la fuerza de choque dinámica é incomparablemente más fuerte debido a la caída.No se puede excluir, incluso es lógico pensar que si, en lugar de hacer una cordada demasiado pesada de siete alpinistas, como era el caso a petición de Wymper y Douglas, la cordada de Hudson hubiese sido independiente, es decir compuesta de solo tres personas: Croz, Hudson y Hadow, se habrían concentrado más sobre los dos últimos, cada uno más atento en lo que hacía y en lo que hacía el otro. Y sobre todo, el orden de la cordada en el descenso, Croz hubiera sido el último en bajar para asegurar a Hadow, y Hudson se hubiera situado en primer lugar; así se puede pensar que no hubiese habido accidente. Podemos resumir que si una cordada de tres alpinistas es algo normal, no es para nada el caso de una de siete. Wymper y los dos Taugwalder fueron los únicos en sobrevivir; su descenso se produce sin incidentes después de la catástrofe; al día siguiente llegan a Zermatt, donde son recibidos por A. Séller en el hotel. Esta primera ascensión, que hubiera podido humanizar la montaña, va más bien ha aumentar su aureola a causa de su componente trágico.Aunque no le corresponda en absoluto, la culpa recae en Wymper y Douglas por haber querido unir su cordada a la de Hudson, a este último por haber aceptado y constituir de esta manera una caravana demasiado pesada, siete personas entre las que se encontraba un novato. Un accidente de esta magnitud durante una primera ascensión no se había producido nunca, y así los focos de la actualidad se fijaron en la noticia. De hecho se trataba de un interés muy duradero, pues años y años después, é incluso ahora, lo queramos o no, el recuerdo de esta trágica primera ascensión forma parte de la historia del Cervino, y del alpinismo.Por su parte Carrel que había partido dos días antes es ralentizado por una tormenta que en cambio no afecta a la cara Suiza. Siendo como sabéis recibido a pedradas por Whimper y los suyos.




Una cima exigente.
Las dos vías consideradas más fáciles: La vía normal italiana (arista del Leon, Bastante difícil) y la vía normal suiza (arista de Hörnli, clasificación AD bastante difícil), atraen a los alpinistas de nivel medio. El escaso porcentaje de éxito por estas vías normales ,sólamente llega a la cima entre el 30 y el 40% de los aspirantes a la ascensión ámbas rutas y esto es debido, principalmente, a las siguientes causas: Insuficiente condición física. La ascensión del Cervino es larga (1200 m de desnivel desde el refugio del Hörnli, 650 m de desnivel desde el refugio Carrel), en terreno difícil (numerosos pasajes equipados con cuerdas fijas sobre las que hay que remolcarse), cuya dificultad se amplifica por la altura. Para conseguir la ascensión, es indispensable poseer una excelente condición física.- insuficiente aclimatación. La cima culmina en 4477 m, lo que requiere una muy buena aclimatación antes de intentar esta ascensión de gran altura.- insuficiente nivel técnico en escalada en roca. La mayor parte de la ascensión se parece a una caminata sobre un sendero aéreo, sin embargo, numerosos pasajes cortos necesitan escaladas de 2º grado (los pocos pasajes de 3er y 4º grado están equipados con cuerdas fijas).- falta de previsión de un día de seguridad que permita hacer frente a un día de mal tiempo y poder tener la posibilidad de postergar la ascensión para intentar efectuarla con buenas condiciones meteorológicas.




......................Alfredo Íñiguez. 2006

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OJOS GRANDES

El disparo retumbó en su cerebro al tiempo que el crujido de las costillas fracturadas, no hubo dolor. El sol presentido tras las esbeltas torres se elevaba perezoso. La luz del color de la sangre imprimía en las murallas de poniente sombras de perfiles hipnóticos. Los ecos de un segundo estampido se sumaron a los precedentes. Una fuga sónica a través de las canales vertiginosas, de los collados y las crestas. Encajó el proyectil, los ojos como zafiros empañados. Se irguió como un resorte y en un postrero alarde saltó sobre el abismo, y fue sueño……

...................................................I


Dos ojos inmensos enmarcados en algodón miraban asombrados el día de Mayo, maravilloso. Nació Ojos Grandes al amparo de los aires dominantes del noroeste; cabalgados por cúmulos deshilachados a sotavento en multitud de velos de novia prestos a desaparecer en un mágico instante al rozar las cumbres.
A su lado, un ser le apremia con golpes enérgicos cada vez que sus tiernas extremidades se doblan. Reconoce su olor: el olor de su pelambre y el de sus ubres rebosantes de alimento. Su madre, un espléndido ejemplar de hembra dominante suma en su código genético lo mejor de la especie; acumulado en un viaje apasionante que desde la retirada de la glaciación de Würn, sufrida en las llanuras continentales hace cuarenta mil años, les llevó a recuperar su medio alpino.
Apenas dos horas después del alumbramiento, Ojos Grandes, en pié, sigue titubeante a mamá por una vertiginosa vira de apenas un palmo. Un ventisquero helado de un par de cientos de metros conforma un trampolín hacia los cortados de la peña que les cierra el paso. Sabiamente, mamá flanquea hasta una horcada e incita a la cría a su primer descenso. Cae, rueda entre la nieve igual que una madeja de perlé y de nuevo en pie tras deslizarse un instante, la pelotita lanuda vuelve a girar sobre si misma enmarañadas las largas patas, levantando brillantes chispas de nieve refulgiendo al sol que se acuesta. Varios trompicones más tarde, agotado y roto por el vertiginoso destrepe se acurruca bajo el vientre de su progenitora, ávido del maternal alimento. Mientras esta mordisquea unos brezos, Ojos Grandes entrevé como la gran esfera de calor desaparece, una corriente helada se extiende parsimoniosa al compás de las sombras que remontan de las profundidades de los valles. La luz se difumina. Muy arriba, riscos escarlatas recorren en acordes los espectros del rojo hasta que la oscuridad se adueña por completo del macizo. Si cabe, se arrebuja aun más bajo la libréa caliente y protectora.
Las semanas posteriores discurren con cierta placidez. Aprender y desarrollar el instinto ancestral es un hermoso juego para él, máxime bajo la vigilancia extrema de la que es objeto. Gana peso y fuerza y comienza a manejar con soltura los pesuños; herramientas de precisión de las que se sirve en sus correteos entre neveros y canchales.
Su primera gran sorpresa fue la tormenta. Horas antes de su estallido comenzó a sentirse nervioso, victima de un desasosiego que ni la presencia materna podía apaciguar, según se aproximaba el huracán, el olor del ozono impregnó sus fosas nasales enviando a su cerebro señales inequívocas de peligro. Desde un abrigo calizo, escondido bajo las patas de su madre fue cegado por el relámpago y casi llegó a jugar con el saltarín granizo, inmensas torrenteras de agua capaces de arrastrarle le hicieron ovillarse hasta el límite de su tierna flexibilidad pero fue el trueno implacable y poderoso quien le erizó hasta la última hebra de su pelaje, y en lo más profundo de la médula le dibujó la firma de su más temible enemigo.
Su primer invierno transcurrió bajo la línea de las grandes escarpaduras, en el reino de las hayas y los robles, los tilos, los abedules de los tejos ancestrales. Arropado bajo las enmarañadas bóvedas vegetales, sorteó las gélidas noches en lo arcano del bosque, a refugio de la tempestad entre el brezo y el arándano. A medida que la estación se desgranaba pesada y lenta, distinguió en su entorno otras vidas: El escurridizo lirón, que siempre le sorprendía. La marta y la jineta que como la raposa basan la supervivencia en la velocidad y el ágil recorte. Corzos, jabalíes, todos con el común objetivo de superar al filo implacable de la guadaña invernal.
La primavera en la alta montaña, posee la facultad de deslizarse silenciosa hasta que una mañana cualquiera: Estalla, rompe mágica y brillante las tinieblas del invierno. En el reino animal, quien ha sobrevivido, se apresta raudo a recuperar energías y peso. Ojos Grandes, mimado por el néctar materno, se encontraba en buena forma.

Mama, habría de ganar más de un tercio de lo entregado en las últimas lunas.


.......................................................II

A pesar de ser una boca más que alimentar, llegó al mundo como una bendición para sus progenitores. El primer varón entre cinco hermanas. Su padre había salido a escape de las alturas dónde pasaba el verano al cuidado del ganado. Un par de veces hubo de romperse la crisma al volar más que saltar por los pedreros.
El hombre no cabía en si de gozo. Tiempos corrían donde un vástago era recibido patrimonialmente tal que hubiese aumentado la cabaña en unas cuantas cabezas.
La realidad era que en gran parte de los casos las pastoras daban sopas con honda a sus compañeros; A todos los quehaceres propios del pastoreo sumaban la atención de la casa, el cuidado de los hijos.
En pocas semanas gateaba a la vera de la casa familiar escurriéndose entre el corral y la cuadra como un cachorro más de la Tula: Una perrilla de apenas dos palmos y medio de cruz que sin embargo era la envidia de las brañas. Manejaba al ganado en los puertos con la misma soltura y suficiencia como Don Argimiro, el cura, metía en vereda a la parroquia; eso sí, en el valle.
Vicente le había bautizado -apenas unos días atrás- en honor de su abuelo: Vicentón de la Jerrera que había sido regidor de pastos gran parte de su vida. Una tarde la había dejado en una riega a la edad de ochenta y dos años; al partirse la espalda tratando de sacar de un enrisque a una ternera.
Y le había dado el domingo al párroco, desde que asomó la nariz en el atrio no paró de berrear para desesperación de su madre y un orgullo mal disimulado de su progenitor en una media sonrisa socarrona que Don Argimiro intento fulminar infructuosamente en un par de ocasiones con unas miradas nada piadosas.
El terror del corral. En cuanto levantó las palmas del suelo el gallinero se convirtió en un autentico infierno para sus asombrados moradores, nunca “les pites caleyaron tanto” y Tinín raro era el día que no fuera caliente al jergón.
En su segundo año de vida y con tres de sus hermanas pasó el verano en los puertos. Mejor dicho: Tres de sus hermanas echaron el estío persiguiéndole por los pastos.

Sólo la Tula le metía en vereda. Un par de ladridos cortantes como el lapiaz dejaban le quieto y a punto de llorar, cosa que hacía difícilmente a pesar de los golpes y magulladuras que se buscaba entre la peña o lo que era incluso más habitual: Los que le venían encima tras fomentar el desasosiego y la desesperación entre sus atribuladas hermanas que jornada tras jornada temían que siguiera prematuramente los pasos del abuelo Vicentón.

Así transcurrió aquel año. Los venideros no variaron gran cosa salvo por los disgustos que crecían en progresión geométrica respecto a la altura del zagal. Todo hay que decirlo: Con siete años recién cumplidos, casi catorce arrastraba la Tula por aquellas fechas, manejaba el pastoreo con unas formas que sorprendían en el puerto. Los viejos querían ver en él al que había sido apreciado por su maestría y bonhomía. Aquel del que aún se contaban historias en las tertulias invernales. Ésas que cada vez que se narran tal parece que se abonaran y crecen y se agigantan como el Tejo del Campo de la Iglesia.
Entre los relatos que se contaban del Abuelo en la pequeña tienda de la aldea; El chiquillo había desarrollado un sexto sentido para colarse en un rincón y cazarlos al vuelo. Los que dejaban a Tinín ensimismado eran los de la peña. Cazador y alimañero en su juventud se decía de él que nadie había conocido los entresijos del macizo, los altos pasos muy por encima de los puertos, aquellos en los que el sol no puede con las nieves y en los que raramente se adentraba ser humano alguno.
Don Argimiro -que en honor a la verdad- las veía venir de lejos, decía que dejar escuchar esas historias al lebrel era como echar leña al fuego y cuando estaba en su mano, al anochecer, asiéndole con precisión quirúrgica por una oreja, le mandaba a la cama.
No hubo de pasar mucho tiempo para que los hechos confirmaran los peores temores del párroco.
El verano siguiente una mañana radiante de finales de julio se encontraba con el ganado desplegado a lo largo de una soleada ladera a sotavento. En realidad los pastos alcanzaban los contrafuertes rocosos de una montaña que sin ser la más elevada de la cordillera si superaba con creces los dos mil metros.
De cómo arrancó Tinín para arriba, ni se supo, ni se sabrá nunca. Con toda probabilidad poco a poco iría ascendiendo por la ladera sin una convicción consciente hasta verse envuelto en esa misteriosa pasión de las alturas que parece retroalimentarse. La cuestión que días más tarde quedo meridianamente clara fue que ganó aquella atalaya, al constatar su propio padre en la cimera que había restos de lo que había comido del morral.
Ocurre a menudo en estas montañas que a partir del mediodía espesos jirones de niebla retrepan por las profundas escarpaduras a ocupar los puertos y las cumbres. El infeliz chiquillo apresado entre la borrina fue incapaz de encontrar el camino de regreso a los pastos. Aquel mismo atardecer, en la majada se dio la voz de alarma y durante toda la noche pastores y pastoras entre la espesa niebla que se había asentado y a voz en grito buscaron a Tinín entre las sombras. El amanecer no trajo buenas nuevas, la niebla persistía, el tiempo había enfriado y la experiencia no auguraba nada bueno.
Fue a media tarde. Persistentes, secos: Los ladridos de la vieja Tula atrajeron bajo un paré a los pastores más próximos. En posición fetal, sobrepasada la hipotermia se encontraba el chiquillo. Estaba vivo. Un pastor dijo luego que le pareció ver la figura de un rebeco cruzar entre la niebla…
Horas después, un cura, bajo un viejo retablo, con los ojos enrojecidos, daba gracias a Dios.
Una semana después a un pequeño pastor su padre le leyó la cartilla de forma y manera que durante el resto del verano pareció desaparecer del entorno. Para desgracia de sus hermanas: Un espejismo.
Un noble animal apareció al año siguiente devorado por el lobo. Fue llorado en su casa como a un miembro más de la familia y rayando lo sacrílego un viejo párroco recordó a Tula en misa de domingo.

..........................................................III

A medida que el níveo manto ascendía paulatinamente hacia las alturas, frescos pastizales, tiernos y apetitosos surgían al sol primaveral. Durante unas pocas jornadas Ojos Grandes campó a sus anchas, dueño y señor de la vega.
La sinfonía del alba se alteró un amanecer. Nuevos acordes surgieron desde muy temprano del valle aún en tinieblas. La manada de Rebecos se agrupó en un altozano dominando el terreno, mientras lentamente y a lo largo de la jornada el puerto era ocupado por unos seres que Ojos Grandes no había visto hasta entonces.
Aquella marabunta ruidosa de mugidos y validos, ladridos, esquilas y cencerros, rematados por las órdenes a voz en grito de los pastores -aquellos raros “Dos patas” que parecían dominar al heterogéneo rebaño- sorprendieron al joven ungulado que acostumbrado al sigilo de su especie observaba curioso aquel batiburrillo invasor.

El ceremonial se desgranó durante varios días saturando de algarabía los puertos. Algunas jornadas; de amanecida y al atardecer la manada se dirigía a pastar mezclada entre los rebaños más cuando Dos Patas se aproximaba en demasía: Mamá dispersaba hacía las alturas a sus pupilos.
Era en las agrestes entalladuras donde Ojos Grandes se sentía pleno, crecía fuerte y poderoso y a pesar de su juventud: Los machos, especialmente los más aguerridos ya distinguían en él a un competidor, solo la indiscutible autoridad materna impidió que el magnífico ejemplar hubiera de abandonar la compañía de los de su especie en aquel su segundo verano, cuestión por otra parte bastante común entre los de su sexo. Y así, con cierta placidez se fueron deshojando las lunas estivales.
Durante el primer tercio de la estación otoñal se invirtió el proceso y los agostados pastizales recobraron la calma. Ya espolvoreaban los primeros copos en las alturas.
Llegó la época de celo y en el grupo los ejemplares adultos iniciaron a desplegar todo el ritual ceremonial de la especie. Luchas y amagos entre los machos reproductores mientras las hembras, pacientes, aguardan pastando despreocupadas a los campeones.



Ojos Grandes -fuera de juego- se dedicaba a sus actividades favoritas; encaramarse desde el alba en las crestas más aéreas y vertiginosas para a media tarde dejarse caer al bosque a rebuscar las más apetecibles golosinas.
Una de esas tardes, ensimismado entre los arbustos; solo tenía olfato para la gula, de pronto y por su izquierda acertó a distinguir de reojo y a contraluz como sobre él se abalanzaba una masa informe. Flexionó sus cuatro extremidades y saltando a su derecha voló a caer a una riega que cruzaba el bosquecillo. En el aire noto como unas cuchillas afiladas le desgarraban una oreja.







La loba en pleno salto había fallado la dentellada a la yugular por menos de una cuarta y fue a dar de bruces contra la base de una encina. Esos instantes permitieron al rebeco lanzarse riega abajo en unos saltos inverosímiles pero el gran cazador cubría el terreno. La loba, recuperada del trompicón acosaba desde la derecha de la torrentera y por la izquierda, al menos otros dos ejemplares, recortaban distancias por un terreno más franco que el cauce seco de la riega.
Los predadores cuaternarios habían elegido bien su presa: Un tierno, solitario y despistado bocado. Conocedores del terreno, incluso en carrera habían empezado a segregar jugos gástricos. El bosque se despeñaba sobre una gigantesca garganta unos metros abajo. No había escape.
El corazón de Ojos Grandes, desbocado, no bombeaba sangre sino adrenalina. El torrente ganaba inclinación a medida que iba a precipitarse sobre el abismo. Súbitamente desapareció el manto vegetal y se abrió un balcón extraordinario rematado por todo un macizo imponente que parecía arrancar del centro de la tierra, desplegado y cerrando el horizonte dos mil metros al frente en línea de aire.
Los vuelos controlados del rebeco en la huida rondaban los siete metros, cuando se quedó sin tierra bajo los pesuños. Un afilado costillar se situaba perpendicular al despeñadero a no menos de veinte metros de distancia y quizá unos diez hacia abajo. Sin otra opción, Ojos Grandes se impulsó sobre el vacío, las extremidades delanteras recogidas, los cuartos traseros prolongando su tronco y tensos como las cuerdas de un violín.

La loba, que en un eslalon habilísimo tenía de nuevo a la presa a tiro, apenas pudo detenerse al borde del precipicio. Su compañero al otro lado de la cascada a punto estuvo despeñarse cuando el tercer perseguidor, menos hábil en la frenada se fue contra él. Los tres cánidos llegaron a ver asombrados como aquel prodigio de la adaptación al medio aterrizaba en un palmo de terreno, en una cresta volada y muy, muy lejos de su alcance.





En realidad Ojos Grandes se había dejado las costillas contra la afilada caliza, de no ser así, de seguro la inercia le hubiera vencido al otro lado del crestón con las peores consecuencias. Encajado entre dos piedras con la oreja desgarrada y sangrando a borbotones aun sostuvo una mirada insolente hacia arriba, sus pasmados enemigos reconociendo su derrota se perdieron silenciosos remontando sus pasos por la espesura.
Atardecía y la posición no era especialmente brillante. Se imponía un descenso casi tan peligroso como el salto. El filo dónde se había encaramado formaba una empinadísima canal con la pared cortada a pico en que moría la riega, pero para ganar el desagüe hubo de descender en sucesivos flanqueos verticales, casi sin respiración por las punzadas de dolor en su caja torácica. Ya de noche alcanzó la canal y continuó un prolongado destrepe hasta que hubo hierba bajo sus pezuñas. El agua no era santo de su devoción, raramente beben los rebecos de los manantiales. En aquella ocasión se dejó llevar por su olfato hasta el más próximo y hundió su hocico en él.
Derrotado hasta el límite de su resistencia se arrimó a una gran haya y se abandonó entre sus raíces agotado y roto.
Muy arriba una gran fugaz rasgó el cielo de norte a sur.

.................................................IV

A instancias de don Argimiro -Este lebrel está por cepillar- al año siguiente sus padres enviaron a Tinín a la escuela en la capital del concejo. Pasó el invierno en casa de doña Rosa; una tía, hermana de su padre, que ejercía de modista con cierto éxito.
Para sorpresa de todos, el rendimiento del zagal en el aula resultó más que notable, demostrando una aptitud natural para las ciencias y de manera especial las exactas.
En cambio, sus andanzas y travesuras pronto se hicieron notar, al punto, que en pocas semanas su fama le precedía. Doña Rosa que aunque era de armas tomar, se las veía y deseaba para meterlo en cintura; en el fondo no podía con las zalamerías de su sobrino.
Mediada la primavera y a punto de finalizar las clases, Tinín, escoltado por un par de compinches de parecido pelaje se cubrieron de gloria.
Ocurrió que el cacique natural del lugar- que de todo ha de haber mal que nos pese- tenía tres hijas. La mayor que cumplía los dieciséis junto con su madre, una cotorra de cuidado, habían templado gaitas durante todo el invierno acosando al padre y marido con la intención de que organizara una gran fiesta a modo de presentación de la joven en sociedad a modo y manera de la vieja Vetusta, capital de la región. El padre un hombre viajado con una cultura muy por encima de la media, veía venir tamaña horterada pero la presión ejercida por aquel par de arpías pudo con todas sus reticencias y cedió.
El caso es que doña Paquita, que así se llamaba la lumbrera, encargó los vestidos para sus hijas a las hábiles manos de doña Rosa, no sin antes mostrarle unos patrones recién llegados del “París de la Francia”.
Dos días antes del evento acudieron las cinco mujeres al taller, en casa de doña Rosa, a probar los últimos retoques de los vestidos. Era una tarde lluviosa con la niebla amarrada al fondo del valle y las señoras venían de merendar un chocolate. Fue llegarse a la puerta, abrir y entre gritos histéricos ver salir a escape a tres bandidos enfundados en encajes y pololos calle abajo. Entre el barro, el agua y los patinazos el desastre fue absoluto. Don José, que jugaba cartas tras las cristaleras del casino vio pasar por la plaza aquellos enjironados fantasmas de media tarde, ató cabos y ante el asombro del cura, el practicante y el maestro, compañeros de mesa, prorrumpió en unas tremendas carcajadas que aún se recuerdan en el valle.

Pocos años después ayudaría a Tinín a estudiar ingeniería de minas.
Ni que decir tiene que nuestro travestido pastor acabó el curso confinado en la aldea de alta montaña bajo la severa vigilancia de Don Argimiro.

..................................................V

Llegó radiante el tiempo de “amajar” en los puertos. Aquel año el estío fue excepcionalmente caluroso y la “seca” trajo consigo no pocos problemas a ganados y pastores.
Vicente, su padre, conseguía equilibrar la economía familiar con la caza, mejor dicho: Ejerciendo de guía y ojeador para los cazadores que se desplazaban a las montañas en busca de trofeos. Fue así como por primera vez Tinín acompaño a su padre y a los “señores” en busca de las codiciadas presas. A principios del otoño disparaba con habilidad sorprendente aunque nunca su progenitor se lo había permitido aún contra un animal.

Ojos grandes, rondó el bosquecillo de la gran haya durante días. Poco a poco fueron curando sus maceradas costillas y recuperó sus fuerzas. Nunca más volvió a ver a su manada. Tras el vertiginoso descenso de su macizo de origen cruzó una gran corriente de agua y remontó a nuevos y apasionantes territorios.
Su poderosa constitución le permitió hacerse con cierta facilidad con una hermosa hembra y años después su carga genética saltaba juguetona entre la peña.
Sólo cuando y siguiendo su costumbre descendía el señor de las crestas al atardecer de sus atalayas, las brumas de la memoria que “dos patas” niega a los rebecos, dibujaban la espléndida figura de su madre a contraluz del ocaso.

Una de aquellas tardes y en contra de su hábito se quedo hipnotizado en las alturas y allí paso la noche.
Un sublime amanecer imprimió una figura recortada imponente contra el cielo.
Doscientos metros más abajo en una canal aun sumida en sombras dos hombres acechaban sigilosos.
Tinín encaró la mira del rifle… Y disparó, dos veces.
Extrañamente algo quebró su alma. Jamás y para extrañeza de todos volvió a empuñar un arma.
Mil metros más arriba unos agudos ojos observaron el salto postrero de Ojos Grandes.

La majestuosa planeadora cambió el perfil de sus alas de más de dos metros de envergadura y comenzó a girar. A medida que reducía el diámetro de sus giros perdiendo altura lentamente de los cuatro puntos cardinales y bajo los vientos portantes acudieron decenas de aves…


En una pequeña isla verde a los pies del gigante calizo, rodeado por unas pequeñas flores que lloraban rocío… allí descansó.

.................................................FIN






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............................................Alfredo Íñiguez. 2007...
...................Ilustraciones: Pepe García........ 2008

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UNA DE MIEDO







Andaba una mañana por los dominios de Ras: El parque de los Pericones en Gijón, un ejemplo de dinero público correctamente invertido. Insisto, invertido, no gastado.El caso es, que cuando ahítos ambos lebreles- como me gusta esta palabra- de hacernos mutuas perrerías nos tumbamos a esparcer en el prau.

De cuando en vez, la neurona que me queda, estima conveniente ir a pacer por su cuenta y riesgo, se largó a finales de los setenta. Recurrente excursión. Siempre me han gustado las cordadas trifásicas. Esta claro que si quieres máximo rendimiento dos van rápido y uno vuela, pero con tres patas haces un banco. De aquella, nos repartíamos las vías en bloques de largos y por riguroso sorteo, normalmente a la astilla corta. La primera vez que recorrí la Rabadá/Navarro al Picu el sorteo era: El primer tramo la Lastra Soldada, de la Cicatriz a Roca Solano y de la Plaza a cumbre. A Torres- del 112 Asturias- le tocó el tercer largo, je, je… Francis, cargó con nosotros en la salida y yo tuve el privilegio de tener que asomarme por la Cornisa del Entreacto al Abismo de Helm. A propósito, El Señor de los Anillos lo había subido a Urriellu Miguel Ángel Gallego, odiaba a Frodo Bolsón, quería a toda costa que se lo comiera un Orco.

............................La Rabada/Navarro al Picu



................................Rabadá/Navarro.Entrando a La Cicatriz

Aquel mismo año subimos a Ordesa: Francis, Jose el Maca- como escalaba este chaval- y el que suscribe. Hicimos la Franco/Española. Esta vía tiene dos partes muy diferenciadas separadas por una gran cornisa intermedia, la Plaza de Cataluña. Debido a esto y como nuestra intención era escalar más rutas, en esta ocasión rifamos solo dos tramos. A mí no me tocó ninguno, aunque no creáis que las tenía todas conmigo. Evidentemente habría de recuperar el material los cuatrocientos metros de vellón y de propina me había apuntado de primero la siguiente escalada, que iba a consistir en La Rabada/Navarro al Espolón del Gallinero, que dicho sea de paso, imponía más que respetoNos tomamos un día de descanso y enfilamos la pared, la verdad es que todo iba saliendo rodado, ya le teníamos cogido el punto a la roca y los largos, muy fisurados, permitían asegurar muy bien con los excéntricos. A pesar de ser tres, fuimos dando alcance a una cordada precedente.
Un par de largos bajo ellos, me di cuenta del porqué.


En aquellos años, cuando como dice el capitán Ceci, se instauró la república en la Vega de Urriellu, convivían dos estilos de escalada. Nosotros, al ser muy jóvenes, nos habíamos adaptado muy bien a los cambios que consigo portaban los pies de gato y el libro de Meyer -inviértase el orden a discreción- pero a otras cordadas de más edad acostumbradas a escalar durante lustros al viejo estilo les costaba más, en pura lógica, hacer lo propio. ¡Ojo! Funcionaban recias cordadas que a la antigua usanza rendían al ciento diez por ciento y manejaban los cantos de las súper calcáreas- bota híper dura de moda a finales de los setenta- que daba gloria verlo. Más en el lote, entraba la maza, los clavos y quizás también el concepto de vivac para ciertas vías. Ya saben vuecencias, si llevas material de vivac, vivaquearás.El largo clave de la Rabada/Navarro al Gallinero es un techo a media pared a partir del cual la ruta se hace más llevadera. Sabía, que si no los alcanzaba antes del desplome habríamos de esperar, y quién sabe cuanto tiempo. Y así fue, según me aproximaba a la reunión, bajo aquel obstáculo, el primero de cuerda partía ya a encarar aquellos pasos.Al llegar a la reunión, su segundo, muy amable, me hizo un hueco. Unos tres metros a la derecha, un pitón, un universal, parece que me hizo un guiño y chapurreando medio francés- eran gabachos- le dí unos mercis y me largué a montar nuestro propio relevo.Triangulé un par de excéntricos y un bicoin y quedó una reunión más que apañada. Al terminar el montaje me quedé unos instantes observando la maniobra del primer pirineista.No me gustó nada.El largo de marras, consiste en un techo que se recorre de diestra a siniestra a lo largo de unos diez metros y a la vez, uno se aleja de la pared vertical hacia su canto para rebasarlo en su punto débil. El hombre había renunciado a intentar ningún paso en libre y había comenzado a pitonar. Para clavar lo menos posible, estaba utilizando la técnica de la doble cuerda, en cigüeña sobre los pedales y traccionando a muerte sobre los seguros, para así, sacarle el mayor partido posible a su envergadura. Este tramo del techo se compone de una serie de estratos paralelos a la pared donde los pitones van todos boca abajo. Por eso, en este caso y dado lo precario de la maniobra, es preferible ahorrarse cualquier tracción lateral añadida y limitar la carga al propio peso del paquete, usease, con el menda hay bastante, que diría un castizo, aunque ello implique darle a la maza un poco más. Les conté al Francis y al Jose lo que estaba observando y me dijeron -no se lo pensaron mucho, no- que estaban como Dios en la reunión de abajo.Fransuá, iba decímetro a decímetro ganándole la partida al largo y metiéndoles unos meneos a los pitones ¡Que pa qué! Uno, que es bastante tranquilo en pared, se estaba poniendo a punto de ansiolítico. Además, aquella ferralla, quedaba bastante lejos de entrar óptima, a pesar de los esfuerzos por colocar las piezas adecuadas por parte del arriesgado francés. Pobre de mí, miraba a la cascada… A los pinos, doscientos metros abajo, encima los colegas me pedían que les radiara el encuentro…Y lo que tenía que pasar, pasó, algo menos de un metro antes de la salida del techo. Sonó ping, con sordina. Y pluf… Clang… Blong…Toda la puñetera escala diatónica de una cremallera alpina. Al segundo pitón arrancado, el galo se dio la vuelta y entró en barrena cabeza abajo. Y para los teóricos que dicen que cuando uno cae, no grita: Metió un bocinazo en gabacho, en Si bemol, que aún me duelen los tímpanos. El tío se separaba de la pared y los seguros seguían saltando, vi a su compañero estrapallarse contra la reunión. Aseguraba con placa al arnés. De pronto, un pitón pareció detenerle, mentira… En ese momento os juro que pensé que se iba todo a tomar viento y lo que somos los humanos, fui consciente de que no estaba anclado a su reunión. Lo siguiente fue ver al pobre chaval blanco como un fiambre, pendulando en el vacío paralelo a la pared, con un periodo de unos diez metros y por detrás de ambas reuniones. En total, un chute de unos veintitantos…





El patio de mi casa es particular. Foto desde el techo. Eneko Pou

Cuando la cosa empezó a sosegarse, tenía los nudillos blancos de apretar las cuerdas de mi anclaje. Pensé en todo momento que después de aquel saque se iban a retirar. ¡Y un cuerno! La verdad, aquellos recios los tenían bien puestos, se intercambiaron la cabeza de la cordada y de nuevo embistieron la peña.
Techos de las vías Zaratrusta y Rabadá/Navarro Fotos
CECI

Nosotros, ante las expectativas abiertas, pusimos pies en polvorosa y comenzamos a rapelar. La pared en esa primera parte tiene muchos flanqueos y tras el primer tramo hasta donde se encontraban mis compañeros, el descenso se hacía aplomado y fuera de vía. A unos cien metros del suelo se atascó una cuerda y no hubo manera de destrabarla. Sin maza y a cuarenta metros no quedaba más remedio que subir a por ella. Era una zona desplomada, casi inescalable, afortunadamente habíamos recuperado prácticamente todo el metraje y pude asegurarme al menos a una de ellas. Prepare unos prusik y comencé a ascender, colocaba lo que podía para asegurarme a la otra nueve milímetros. Trabajosamente llegué a un pequeño techo desde donde se apreciaba tres o cuatro metros arriba lo que había ocurrido: Nada, habíamos montado el rapel sobre un excéntrico de cable, simplemente y a unos cinco centímetros de pasar por el mismo, el extremo encintado se había atascado en una pequeña fisura. Era absolutamente increíble que los chicleos producidos al ascender por los nudos auto bloqueantes, no la hubiesen soltado. Con el día que llevaba a cuestas, decidí que ya estaba bien y en vez de seguir remontando a prusik le eché valor y salí en libre. En aquel momento, al descargar el peso, como una víbora, la cuerda se liberó sola, la faltó silbar. Quedó el extremo colgando de mi arnés a través del nudo blocante y gasté en aquellos tres metros la adrenalina de una década.Eso sí, acertamos, cuando tomamos tierra - Alá el Grande y el misericordioso- aquellos valientes aun se daban de leches en el techo.


¡Que suerte vivir esos días!


....................Alfredo Íñiguez. 2008

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