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martes, febrero 24, 2009

LAS LLAVES DE LA DIOSA





Cuando escalamos cualquier pared o nos enorgullece subir a una montaña, deberíamos recordar a Newton.

Je, je...No...No por la gravedad, sino por aquella frase que se sacó de la manga cuando publicó sus "Principia" Dijo simplemente que "... se había subido a hombros de gigantes"

Pues eso...



Esta medalla se entregaba a los sherpas que coronaban los 25850 pies en cualquiera de las cimas himalayas. El título de Tigre se otorgó por primera vez en 1924. Durante la época donde se centra el relato, llevaba aparejado un suplemento de media rupia diaria al poseedor del título.




El veintiséis de junio de 1947 Wandgi sherpa y Alfred Sutter sahid flanquean los últimos metros de arista desnuda que conduce a la cima del Kedarnath de 6940 m. El viento blanco azota inmisericorde a los hombres que casi se arrastran a lo largo de la cresta. El tiempo suspende su devenir cuando el afilado metal de la punta de un crampón se traba en el cuero de la correa de su par. Sutter sahid hinca con firmeza la recia madera del piolet y aun consigue cazar dos vueltas de cuerda al mango. Inútil intento.Wandgi sherpa suspende su peso una fracción de segundo, la que tarda la cuerda en tensarse y arrancar de cuajo la herramienta de la nieve. Dos hombres se precipitan trescientos metros pala abajo. Súbitamente la continuidad del tobogán se quiebra y a modo de trampolín olímpico comienzan a volar. Les acoge un colchón de nieve blanda, frenándolos en seco. Entre una nube de cristales surge Sutter indemne. Wandgi no ha tenido la misma suerte, la rodilla diestra atravesada por un crampón, la pierna izquierda fracturada, a la altura del tobillo. Semanas después la rotura mal soldada y la extremidad acortada unos centímetros, dejaran al bravo sherpa en el dique seco, por el resto de su vida.



..................El Kedarnath

Sirdar Tensing asciende penosamente. Cuarenta horas han transcurrido desde que Ang Dawa , Grawen y Ditter que, a la sazón, ascendían tras los primeros escaladores de la arista, habían depositado al herido al borde de la rimalla del Kedarnath a 6500 metros. El propio Sutter con Roche sahid y Norbu Sherpa cargaban con la impedimenta de sus compañeros, pero tras la maniobra de aproximación al lugar del accidente y el posterior descenso por el flanco hasta la rimalla; la caída fulgurante del sol por el horizonte imponía un vivaque de fortuna. A las cuatro de la mañana con la primera luz del alba, agotados, muertos, son incapaces siquiera de arrastrar al herido. Descienden trompicados hasta la morrena y de ahí al campo base. El mismo día, tres sherpas ascienden en dirección a Wangi, la inexperiencia y la superstición les hacen regresar sin ni siquiera haber llegado hasta él.

Tenzing, Tigre de las Nieves desde el año 1938, cuando transportó su carga hasta los 8390 metros, pulverizando la altura alcanzada por los primeros Tigres: 8170 metros, en el ya mítico año de 1924.
Tenzing sirdar, jefe de Tigres desde este mismo año, asciende penosamente a un ritmo constante, endiablado, tras él, los asombrados Ditter y Norbu, siguen a duras penas la estela de su primero de cuerda. Han superado mil cien metros de desnivel, hasta el atormentado cuerpo de Wandgi, en apenas tres horas.
El espectáculo del herido es dantesco, no solo por las extremidades congeladas, cuestión previsible y lógica. El Sherpa, presa del delirio y la desesperación, armado de su propio Kukri, ha intentado quitarse la vida. Se ha rebanado la garganta. Solo la falta de fuerzas y el propio equipo de altura han impedido el tétrico desenlace. A pesar del castigo auto infringido, aun conserva el aliento. Le desnudan, le friccionan vigorosamente, le visten con ropas secas y en un esfuerzo titánico, salvan con el atormentado cuerpo a cuestas, en diez horas, los dos kilómetros de desnivel al campo base.
Días más tarde, el infeliz, en su convalecencia, relata a quien quiera escucharle, unas palabras que su esposa le reiteraba antes de sus salidas a la montaña en busca de unas rupias para sobrevivir:
“Antes de regresar impedido, más vale que te quedes en la montaña. Las Diosas a las que vas a cortejar, te cuidaran mejor de lo que yo lo haría”

Un pellejo apenas sustentado por unos huesos maltratados, un cerebro que entre las brumas enfebrecidas del paludismo, vaga tras la sombra del inmundo hombre de las nieves. Este pobre viejo que se debate entre delirios en el hospital que la Compañía de Jesús atiende en Patna, provincia de Bihar, no es otro que el bravo Tenzing, jefe de Tigres.
La enfermedad había hecho presa en él a finales de 1952, el año de los suizos en la Chomo Lungma. La diosa madre de los vientos había rechazado a los helvéticos.

“Suizos y franceses tratan a los serpas con un pie de igualdad completa en todo lo que hace referencia a alimentos, vestidos y equipo. No ocurre lo mismo con los británicos
Tenzing

“Añadamos aún que disponíamos de unos sherpas maravillosos, que han dado lo mejor de si… Nuestras relaciones con ellos han sido siempre excelentes y hemos continuado la tradición de las expediciones suizas, que exige que el trato de estos hombres sea el de camaradas y no el de servidores”
René Ditter

La ocupación colonial de la India y su área de influencia por el Imperio Británico, había dado a los alpinistas ingleses la exclusiva sobre el techo del mundo. Sin embargo, en la primavera de 1952 una expedición suiza al mando de Ditter, sienta sus huestes al pie del gigante, en el glaciar de Kumbu.
Entre sus filas, la élite sherpa de la época: Sarki, Panzi y Arjiba, escaladores en la expedición Herzog al Annapurna. Ang Dawa compañero del propio Tenzing en el Nanda Devi apenas un año antes. Incluso el viejo Dawa Tondup único superviviente de la expedición teutona al Nanga Parbat del año 1936.
Los suizos equiparon a los Tigres con el mismo material que su propia gente. Sirdar Tenzing se pasea por Namche Bazar; sólo los rasgos de su tez curtida, delatan su origen bajo el espléndido equipo occidental.
La caravana ascendió al Kumbu por Thyangboche en cuyo monasterio, los lamas, arrojaron a los demonios al son de los molinos de oración. En las aldeas posteriores se contratan porteadores auxiliares que transportarán cargas de enebro al campo base.
Costumbre esta, que a lo largo de las siguientes décadas arrostrará una gran deforestación en la sobreexplotada región.

El 18 de Abril, en un día radiante, un equipo compuesto por Asper, Roch Ditter y Tenzing, parte con la intención de instalar el primer campo, al pie de la cascada del Kumbu. A partir de este emplazamiento, el caos se apoderaba de la ruta. Buscar un paso, entre los seracs y las grietas, que fuese practicable y a la vez que no desapareciera de una noche para otra, fue la labor que ocupó y apasionó al Sirdar durante las semanas siguientes. Esta zona de la cascada de hielo había impresionado sobre manera a Shipton y Ang Tarkey en su intento de 1951.

Solo el día dos de Abril, los extraordinarios escaladores Asper, Flory, Hofstetter y Roch en una intuitiva y osada maniobra, remontan al pie de la hoya, sobre los 5900 metros, bajo las amenazantes rimallas que defienden Nupse y Lho Peak. Aquella misma noche descienden sobre sus pasos al campamento dos, con la doble intención de acopiar el material necesario para enfrentar el difícil terreno a conquistar y comunicar sus intenciones al jefe de tigres; que en aquellos instantes, abastecía a destajo el campo dos.
A partir de ese instante Pasang Putar, primer tigre, recibe el encargo del Sirdar de acumular pertrechos en los dos primeros relevos y vigilar atentamente la ruta y el equipamiento a lo largo del estratégico tramo. Afrontando el propio Tenzing, el urgente suministro del campo tercero, con la intención de salir cuanto antes del peligroso emplazamiento. Así fue y en pocas jornadas la cuarta estación, situaba a los hombres a los 6450 metros, medio kilómetro bajo el Lhotse.

La jornada del 14 de Mayo, Ditter , Roch, Lambert y Tenzing, ganan la base del Lhotse arrancando un nuevo campo a la montaña, el V. De amanecida parten raudos, con un destino claro, el cuello sur. Superan los siguientes quinientos metros y alcanzan un balcón, este voladizo quedará a partir de ese día en la memoria del alpinismo, el lugar será bautizado como el Espolón de los Ginebrinos. Un terreno mixto, peligrosísimo les devuelve sobre sus pasos sin haber ganado apenas cincuenta metros, por ende el tiempo cambia y se refugian durante tres días bajo las tiendas del campo V. El 17, acuciados por la inactividad y a pesar de que la depresión atmosférica aún no ha remitido, parten de nuevo. En esta ocasión a los Ditter, Lambert y Tenzing se suman Aubert y Chevalley que habían remontado desde los campos inferiores. La táctica, diferente. En vez de atacar directamente los peligrosos esquistos de los Ginebrinos, ganan altura en un brillante flanqueo. Aparentemente podría parecer un error puesto que apenas ganan 150 metros sobre el anterior intento. No será así. Desde la cota ganada, se aprecia el paso al deseado collado sur. Los ocho mil metros están a tiro y en la aventura que estamos narrando, el intento premonzónico de Primavera, los tigres de las nieves: Esta raza indomable de escaladores del pueblo sherpa, alcanzan su mayoría de edad.

Para el ataque definitivo al collado sur, sirdar Tenzing selecciona de entre los suyos a los siguientes: Da Namgyal, Arjiba., Phu Tarkey, Dawa Thondup. En reserva quedan a la expectativa Dirma Dorje y Ang Norbu. Por supuesto a su lado, su lugarteniente Pasang Phutar. Por los sahids Aubert, Flory y Lambert.
Rumbo al collado sur. Primavera de 1952

La mañana del 25 de mayo de 1952, unos ojos fijan su mirada en la cima del Leviatán de las cumbres. Su penacho le ha abandonado. De inmediato, el zafarrancho recorre el abigarrado campo. Todos, sin excepción, se movilizan. Incluso los suplentes parten en la caravana, Tenzing quiere comprobar “In situ” su adaptación a la altura. La jornada transcurre sin novedad, solo la complejidad del tramo y el número de hombres implicados, impide que alcancen su objetivo. Los hombres a golpes de piolet y de pala, tallan una plataforma sobre la pendiente. La noche azotada por el viento, introduce por los intersticios de las tiendas helados cristales, manteniendo a tigres y suizos en un tenso duermevela.

La dura noche se cobra su precio, parten de nuevo tras el alba, pero la mitad de las cargas se quedan en la improvisada plataforma. Mediodía, cumbre de Ginebrinos. Ligeramente por encima del coll. Lambert no duda: “Cresta de la Misericordia”. Desde el nuevo hito, seis hombres descienden al collado sur. Uno, regresa en solitario al vivac. Recoge parte del material abandonado en la mañana, vuelve sobre sus pasos y gana el flanco que le deja de nuevo junto a sus compañeros: Sirdar Tenzing, tigre entre los tigres.

La altitud no perdona, a la mañana siguiente los sherpas están agotados, pero el esfuerzo no ha sido en vano. Tres tiendas, perfectamente avitualladas, para al menos tres jornadas se sitúan a 7900 metros: En el collado batido por los vientos de los dioses. El campo VI.

La jornada del día 27, nos deja a Auber y Flory bajo una cuerda y a Lambert y Tenzing unidos con otra. En principio arrancan hacia la arista sudeste, impracticable. Retornan y salvando una cresta rocosa, ascienden por un amplio corredor, retomando a unos 8400 metros la arista sur, que desde este punto, les parece accesible, casi atractiva. Ocurre que solo disponen de una tienda. Auber y Flory, descienden tras abrazar a sus hermanos de pasión.








8400. El gigantón Flory se despide con un abrazo de oso a Tensing en el lugar del vivac. Tras ellos Auber.



La suerte esta echada. Sin líquido y tras tres días sobre la cota ocho mil, solo la máxima ilusión, un esfuerzo que supera lo conocido por el común de los mortales anima el alma de estos dos hombres que se tambalean por la cresta, tras una noche infernal. Los ineficaces aparatos de oxigeno; de circuito cerrado; son más un lastre que un alivio. Definitivamente tras seis horas de agonía en las que salvan doscientos metros, deciden regresar a la vida. Mayo, 28, 1952. Cota 8600 m


El mejor de todos y el más avezado. Resistencia, valor, facultad de iniciativa y desprendimiento sin igual. Hombre muy seguro. Porteador en 1935. Tigre en 1938 y Sirdar en 1947. Numerosísimas expediciones entre las que se encuentran cinco a Everest.

Registro sobre Tenzing. Himalayan Club. 1950


Tenzing adornaba su cuello en Palacio con el pañuelo rojo que su amigo del alma, Raimond Lambert, le había regalado el año anterior.





...Lambert y Tensing. La foto lo dice todo.


Británicos y nepaleses, enzarzados en una auténtica guerra de declaraciones estaban agotando la paciencia del propio Hillary: “A fin de cuentas, uno se hallaba mejor allá arriba que aquí...” Provocando una sonrisa agradecida en el rostro curtido del Sirdar.
Tras la consecución de la cumbre la reina de Inglaterra y su consorte habían dirigido una serie de cartas a los expedicionarios prescindiendo absolutamente de los Sherpas, de Tenzing. Quizá mejor asesorada, rectificó con otro error, al conceder al Tigre una condecoración de menor valor al nepalés que a su compañero de cuerda. Inmediatamente, el rey del Nepal: Tribhuvana Bir Bikram, respondió con la misma moneda entregando a Tenzing el cordón y la medalla más alta del Nepal, relegando a Hunt y a Hillary con una distinción claramente inferior.
John Hunt, pocos días antes, se había descolgado con unas nefastas declaraciones. Él, que había negociado la expedición de manera brillante, tras el triunfo, no entendió que el pueblo nepalés aclamara a su compatriota; ni siquiera supo ver las connotaciones religiosas que para los moradores del techo del mundo arrastraba la hazaña del tigre.
El mismo hombre que tras ser designado como jefe de expedición un año antes había declarado:
“Que quede bien entendido que el que alcance la cima del Everest se hallará en cúspide de una pirámide de experiencias adquiridas a mucho precio; su triunfo tendrá que ser compartido por todos los que hayan contribuido a levantar esta pirámide”

Sin duda, superado por la vorágine del éxito y en medio de la guerra de las medallas, se había retratado ante la prensa con lindezas de este o parecido calibre: “Tenzing no era nada, apenas un simple auxiliar” “Tenzing no ha guiado jamás a nadie. Su papel siempre ha sido el de un subalterno” “¡Vamos hombre! Estos nativos son imposibles… ¡Ahora quieren robarnos la gloria de haber hollado el Everest!... ”
El coronel retornaba al más puro estilo colonialista. En honor a la verdad, nobleza obliga, supo rectificar en cuanto las aguas se calmaron. Pero durante semanas, la prensa inglesa: reporteros y corresponsales, saturaron los tabloides de noticias absurdas. “Tenzing sólo era el coolíe que había ayudado a Hillary a alcanzar la cumbre de la montaña” Se le hizo aparecer como un fanfarrón grotesco. La tensión llegó hasta tal extremo que en el Nepal, los ingleses, apenas una semana después de haber llegado a Katmandú, apenas osaban pisar solos las calles de la capital. El regreso de Hillary y Tenzing que durante quince días habían caminado codo con codo por las llanuras de la meseta del Nepal, evitó males mayores. La multitud les recibía entusiasmada adornándoles de guirnaldas de flores. Si alguno se olvidaba del neozelandés su compañero evidenciaba el detalle.
Tras la recepción en el palacio real, el Sirdar es poco menos que secuestrado. Le muestran un artículo donde le ridiculizan; un periodista sin escrúpulos le describe: grotesco, rojo de orgullo, entrando en la capital con un pañuelo escarlata al cuello. ¡El pañuelo de su hermano Lambert! Harto, cansado, no aguanta más: “No sólo ha alcanzado la cumbre más elevada de la tierra sino que toda la expedición hubiera fracasado sin él. Ningún Sabih Inglés había traspasado jamás, ni las primeras rimayas de la Hoya. Era su octava tentativa a la montaña y nunca, nadie, había acumulado tantas experiencias en el Everest”

Tercian los hindús, nacido en Nepal pero habitante y elector en la India, es reclamado por éstos. Le piden, poco menos, que deserte del Nepal, el triunfo ha de ser Indio. Todos quieren apuntarse el tanto. Agotado exclama: “He nacido en el seno del Nepal y me he criado en el regazo de la India”

Y más aún, rallando el ridículo, la cordada es presionada hasta firmar bajo juramento en el despacho del presidente del Nepal, un documento que dejará estupefactos a los alpinistas de todo el mundo, por lo grotesco y absurdo. En él, se comprometen a no divulgar jamás quien de los dos ha pisado antes la cima del gigante. Hecho, que intuyendo lo que se avecinaba, ambos habían pactado desde el primer momento; por la razón exclusiva, de que en realidad y para los dos compañeros de cuerda, así como para cualquier alpinista con la cabeza medianamente amueblada, la cuestión carecía y carece en absoluto de importancia.

El maremágnun continúa en Calcuta, días después en Delhi el presidente del consejo, Yauahardal Nehru, impone una nueva medalla a Tenzing acompañado de los británicos, en el anverso una frase: “La aventura es la gloria”.

Parten hacia Londres. Y ocurre lo inevitable. Orgulloso de su familia, acompañado de su mujer Ang Lhamu y sus hijas Pem Pem y la traviesa Nima. Siempre con una sonrisa, destilando humildad, el analfabeto, el coolíe, el bufón envarado, resulta que se comporta como el más elegante gentleman inglés. Camino a Buckingham Palace, toda la expedición es aclamada, pero al pasar la familia del tigre: Las jovencitas, adornadas sus trenzas con cintas rojas; La madre, vistiendo su delantal tibetano de rayas encarnadas y Tenzing, con su larga túnica, pantalón blanco y su sincera actitud sonriente, arrancan del pueblo- siempre más sabio que sus dirigentes- las mayores aclamaciones.





Tenzing, su esposa y sus hijas Pem Pem y Nima en el aeropuerto de londres invitados a la coronación de la Reina, 3 de julio de 1953.

Días más tarde, viaja a Zurich, vivirá unas jornadas que recordará toda su vida. Su amigo Lambert y los compañeros suizos de las expediciones de primavera y otoño del año anterior le reclaman para escalar las cumbres alpinas del Oberland y el Valais…
No cabe duda que el alpinismo es un producto de la ilustración, las primeras partidas compuestas e inducidas por hombres de ciencia ocuparon la edad de los pioneros. A medida que su práctica se complica en empresas cada vez más osadas, las soluciones que plantean los problemas alcanzan mayor complejidad. Hasta hoy mismo, el deporte de nuestras entretelas ha llegado cargado en su nomenclatura técnica de definiciones militares: Asedio, asalto, conquista, maniobra, victoria, desafío, derrota y un largo etcétera de términos, que simplemente confirman algo obvio: Las grandes expediciones decimonónicas en post de los polos o del Paso del Noroeste y también, las que ya en los albores del siglo XX, buscaron con ahínco los techos del planeta, tenían en su gran mayoría una composición, estructura y diseño marcadamente militar. Hay incluso anécdotas casi enternecedoras por lo peregrinas, como aquella ocurrencia planteada al coronel Hunt para su expedición victoriosa de 1953- más de lo mismo-que consistía en situar las cargas de oxígeno en el collado sur ¡A morterazo limpio!
Viene esta reflexión a colación de lo siguiente, puesto que, vamos a utilizar un par de calificativos militares.
La evolución de la técnica y el diseño de las expediciones para afrontar la ascensión, durante los treinta y dos años transcurridos desde el primer intento serio de 1921, hasta que un hombre puso pie, o en su defecto, se pudo demostrar el hecho, en la cima del Everest, fue notable. Sobremanera y de forma fundamental en lo que afecta al equipamiento individual y al oxígeno artificial, avance que fue producto del uso de esos equipos por las aviaciones contendientes en la II Guerra Mundial. Todas las expediciones que durante esos años fueron, contrastaron una estrategia que alcanzó un gran nivel en la expedición- más que pesada- del coronel Hunt, pero el logro de la cumbre, fue la solución a un problema táctico y me explico: De haber elegido la ruta Mallory, la expedición, hubiera superado los ocho mil metros conociendo al dedillo los entresijos de la ascensión, prácticamente hasta el primer escalón de la arista norte. Pero al verse obligados a dirigir sus pasos al Nepal, absolutamente todos los movimientos por encima del campo base, quedaron en manos de un solo hombre, Tenzing, que a la sazón había forzado la cascada del Khumbu, padecido los bombardeos que desde el Nupse y Lho Peak arrasaban la ruta y remontando la pared Lhotse, se había encaramado en la arista cimera hasta los ocho mil seiscientos metros, mano a mano, con el extraordinario Raimond Lambert, sin ningún genero de duda y con mucho, el mejor alpinista que había hollado hasta la fecha, las laderas de la Chomo Lungma. De forma y manera, que una vez bajo la imponente cascada, los británicos se dieron de bruces contra una montaña distinta; sobre la que los ojos de Mallory, en el veintiuno, se posaron por vez primera estimando el río de hielo del Khumbu como impracticable. Años después, la expedición de reconocimiento de 1935, comandada por Eric Shipton y en la que ya se encontraba Tenzing, compartió en sus informes el juicio del mítico everester.

Aunque no exista mala fe, quién se lleva el gato al agua, forja los mitos y escribe la historia. En el caso que nos ocupa, una empresa nacional, cuasi patriótica, no iba a ser menos. No se trata de restar ningún mérito al alpinismo británico que a la postre, fue el padre de la criatura. Simplemente, resulta apasionante rastrear algunas de las claves del éxito en el año de la coronación. Juego, si queréis, que nos conduce indefectiblemente a la figura del que fue bautizado en el monasterio de Thyangboche y a los pies de la Diosa Madre de los Vientos, como Detentor de la Tradición: Tenzing Norgay, el Sirdar.

En. Londres 1953, redactado por sir John Hunt, podemos leer:

“…Otra expedición, iniciada por M. P. Ward, W. H. Murray y C.Secord, y dirigida por el renombrado veterano de las expediciones de anteguerra al Everest, Eric Shipton, fue enviada con un pequeño grupo de reconocimiento en el verano de 1951 para examinar y probar las defensas de la montaña desde el sur…”

Hasta ahí todo correcto, más de improviso nos encontramos este párrafo:

“…Partieron con poca esperanza de éxito y, sin embargo este brillante reconocimiento de 1951 no solo trazo una ruta hipotética hasta la cumbre- que resultó ser la línea más practicable a la luz de los acontecimientos posteriores -, sino que logró forzar el paso por unos de sus más formidables sectores…”

Como literatura épica, notable. Lo cierto y el propio informe y reseña de Shipton lo confirma es que solo alcanzó el pie de la hoya oeste:

“Aguerridos alpinistas podrán penetrar en la depresión, pero dudo que la catarata de hielo pueda permitir el paso de los sherpas y sus cargas” Eric Shipton. Upon that Mountain

La realidad es tozuda, fue el equipo suizo capitaneado por Lambert acompañado por los sherpas reclutados y comandados por Tenzing quienes en un verdadero alarde forzaron durante el intento premonzónico, la primavera siguiente, aquellos pasos inexpugnables:

Como decíamos antes, este ingente esfuerzo fue pagado por los capitanes a precio de oro, nada menos que con la cumbre del leviatán de los Himalayas. Tras uno de los vivac más memorables de la historia del alpinismo, sin agua, sin sacos, a 8400 metros y con una liviana pared de nylon por toda protección, aun remontan tambaleándose y a duras penas por la nieve blanda de la cresta, hasta la altitud de 8600 m. antes de regresar a la tierra de los hombres.

Nadie ha puesto en duda jamás la inteligencia natural de Tenzing por y para el Alpinismo. En una de sus visitas a las tierras altas de Berna en el año 1954 se retira de la Eigernordwand junto con un joven compañero yankee afirmando:
Too much difficulty,too much dangerous.

La primera y por ello importantísima gestión del Sirdar en la triunfante expedición británica de la coronación fue gestionar la retirada, especialmente sensible, de su lugarteniente y amigo Pasang Phutar. La misma, fue motivada por la exigencia de la dirección expedicionaria de la devolución por parte de los Sherpas de los equipos de altura tras concluir la aventura. Esta exigencia, cicatera e infantil, provocó en la segunda caravana que durante el acercamiento al campo base, circulaba a un día de marcha tras Tenzing para evitar colapsos insalvables, que el noble Pasang hubiera de hacer frente durante dieciséis días a varios intentos de motín. Tras cumplir sobradamente con sus obligaciones, abandona la expedición en el campamento base con esta mítica despedida a sus hombres, algunos querían marchar tras él:

“Mi marcha servirá de lección. Estamos solo a primeros de Marzo y aún os quedan tres meses de sueldo. Quedaos y que los dioses os bendigan”
LOS TIGRES ( de izquierda a derecha, de arriba a abajo) Ang Dawa, Arjiba, Da Namgyal, El noble Pasang Phutar, Sirdar Tenzing, Sarki, Phu Tharkey, Panzi y Ang Norbu. Gyalsen (centro) Gyalsen II, Dawa Thondup, Ang Nima y Ang Chumbe.
Hubo de ser doloroso y preocupante para Tenzing perder al más avezado de sus hombres, más por otro lado, el toque de atención ejercido tras su abandono, llegó a calar en la flema imperial de manera inmediata.

Esto ocurría en la segunda caravana, en la primera, Tenzing, había mantenido una auténtica cruzada y en la misma, se había enfrentado al propio Hillary. Como ocurre tantas veces en la vida, de ese inicial, tenso y sin duda alguna, honrado enfrentamiento, germinaría una profunda amistad.

Los suizos, la temporada anterior, suministraron al campo base con más de una veintena de rollizos. Estos troncos de madera, de entre cinco y diez metros de longitud habían permitido salvar de modo brillante y efectivo las grietas del caótico Khumbu.
Tenzing se dirigió al coronel Hunt y le informó oportunamente de la cuestión. Éste, le mostró un magnífico puente desmontable de duraluminio, excelente material que permitiría salvar las grandes rimallas de la Hoya. El sirdar insistía y le explicaba al jefe que durante la instalación de los campamentos base hasta la cota 8000 del Collado Sur, la circulación por el Khumbu había de ser ingente y el puente, en ningún caso y a pesar de su práctico manejo y rapidez de montaje, tenía el don de la bilocación.
Se dice de los mogoles, que cuando son presa del nerviosismo y la irritación comienzan a reír de manera casi compulsiva y cuenta Wylie, que cuando terció en la discusión, apenas podía entender el inglés de Tenzing, al borde de la apoplejía.
Charles Wylie, oficial gurkha en activo, había pasado gran parte de II Guerra Mundial preso en un campo del imperio nipón, hombre afable e inteligente ejercía de ayudante del coronel, a Dios gracias. El oficial, comprendió de manera inmediata los requerimientos del Sirdar y le apoyó incondicionalmente, apuntó a Hunt la incontestable necesidad de derivar un grupo de Sherpas que desde Namche Bazar y la aldea de Phalong Karpo, negociaran el transporte de los puentes requeridos por Tenzing. El sentido común prevaleció a pesar de cierta oposición basada de forma exclusiva en el costo de la operación y en la que Hillary tuvo un destacado papel. Sesenta porteadores durante varios días acopiaron los rollizos, de tal manera, que estuvieron dispuestos a tiempo para equipar el mare mágnum de grietas y seracs del glaciar.
De no haber Tenzing actuado como lo hizo, llegando a enfrentarse al propio jefe y aunque en pura lógica, tarde o temprano, habría que haber realizado la maniobra de acopio de los troncos, quizás se hubieran perdido unas jornadas vitales para la consecución del ascenso al gigante, sobremanera cuando el propio Tenzing acompañado de Lowe y el mismo Hillary comprobaron alucinados el caos que reinaba entre los campamentos III Y IV. Las escalinatas que el año anterior conformaban este sector se habían desplomado en una marejada de bloques y grietas. Hillary que como decíamos, en principio, se había opuesto a la solución propuesta por el Sirdar a base de puentes de madera, se sirvió de ellos a destajo para solucionar el paso y en cuanto tuvo ocasión reconoció ante Norgay fraternal y honorablemente su error. Tenzing adornado por una innata nobleza agradeció el gesto del larguirucho neozelandés y a partir de ese instante una corriente de simpatía y aprecio circuló entre los dos compañeros de fatigas.

No cabe duda, que el triunfo de por parte de Hillary y el propio Tenzing ha ocultado, al menos en parte y a los ojos de la historia, los magníficos intentos suizos de la campaña anterior. Pero aún hay más, los helvéticos habían facilitado todo tipo de referencias a la expedición británica, incluidos unos detallados mapas donde situaban los depósitos de víveres y oxígeno a través del camino hacía la morada de la Diosa. Jonh Hunt sabedor y consciente del hecho planteó a Tenzing la posibilidad de establecer el campo IV a la vera del mayor de ellos, que en su momento fue también la cuarta estación de Lambert y compañía. El hecho magnífico de que éste, junto con la marcación de los acopios también hubiera facilitado modelos y marcas de los balones del gas vital, en su caso de origen alemán, había hecho prever a los pragmáticos ingleses una suerte de adaptadores para sus propias mascaras que las hicieran compatibles y operativas. Pero claro, había que encontrar el depósito, incluso podría darse la circunstancia de que se encontrara bajo toneladas de hielo, perdido para siempre jamás. De hallarlo, se ahorrarían tiempo y notables esfuerzos. Esta labor les correspondió a los que ya se habían convertido en inseparables. Tenzing fio en su instinto. Recordaba como desde su emplazamiento se apreciaba sesgado parte del espolón de los ginebrinos. Llegado un instante que hubo de ser mágico para Hillary, el Tigre exclamó: Es aquí y a golpe de piolet empezó a excavar. Evans y Hunt estaban a media hora por detrás. Para cuando llegaron a la altura de sus compañeros estos tenían desenterradas una buena hilera de bombonas y una caja con víveres de la que sacaron un hornillo de parafina y polvos de limón con los que recibieron al Coronel. La mejor limonada de la historia del alpinismo. Hunt no cabía en sí de gozo. El prestigio del Sirdar acababa de ganar cotas de ocho mil.

Encordados todo el día, ambos alpinistas realizaron durante muchas jornadas un movimiento de vaivén entre el brillantemente inaugurado campo IV y la base de la cascada, 1130 metros diarios. Esta maniobra tenía la función de mantener expedito el camino para el acopio de los campamentos, rectificando puentes y cuerdas fijas así como vigilar el trabajo de los porteadores sherpas y mitigar en lo posible los riesgos inherentes al glaciar suspendido. Dormían a una altura de 5365 metros con lo que estaban consiguiendo una extraordinaria aclimatación.
Por las noches mantenían animadas charlas, Tenzing se sorprendió cuando su compañero le contó que no provenía de la isla de Inglaterra sino de una muy al sur de la Chomo Lungma:

“Cuando en Inglaterra es mediodía en mi país es medianoche. Y, cuando en mi país hace frío, en casa tenemos calor”

Tenzing se reía con estos comentarios.

“Por eso nunca estamos de acuerdo con los ingleses” apostillaba con ironía el simpático apicultor, causando de nuevo la hilaridad del Sirdar.

Tenzing había forjado una gran amistad con Lambert, sabía que este último ejercía en los Alpes como guía de montaña, lo que les había hermanado aún más. Acuciado por la curiosidad pregunto a su compañero, si acaso también él era alpinista profesional:

“Bee keeper, me dedico a cuidar de esas pequeñas bestezuelas que hacen zum, zum, y meten su nariz por las flores para libar la miel, se la robo y se la vendo a los demás”

Esto último, causó una gran satisfacción en Tenzing, no en vano su aldea, Sola Khumbu y sus habitantes son los apicultores del Tibet.

Cierto día la cordada había comenzado su trabajo habitual de amanecida. Tras el mediodía, se desató un temporal que en breve se convirtió en viento blanco, en el temido Blizzard de las regiones árticas. A duras penas lograron alcanzar el refugio del campamento III. Tan rápida como se aproximó, la tormenta desapareció un par de horas más tarde. De nuevo se pusieron en marcha con Hillary en cabeza, tras descender al pie de la cascada y ya en el plató glaciar, de pronto, giro sobre sí mismo y desapareció en una grieta oculta por la reciente nevada. Con precisión de manual, el sherpa paso una vuelta de cuerda al regatón del piolet y con toda su alma lo hincó a fondo en la nieve. Había detenido la caída de su compañero. Sin embargo, la cuerda, tras el primer tirón, colgaba floja. O bien Hillary tocaba el fondo de la sima o aún peor: La cuerda se había roto.
De pronto desde el fondo, a unos doce metros de profundidad, la voz de Hillary pidiendo auxilió le sonó a Tenzing a música de los dioses. Su amigo se encontraba bien, aunque había perdido el piolet y uno de sus crampones. Habría de izarlo como a un peso muerto, con un solo crampón incluso al moverse entorpecería, si cabe, la maniobra de rescate.

Nuestras actuales maniobras de rescate en grieta eran desconocidas para el Sirdar, incluso de haber manejado prusik o poleas, la longitud de la cuerda que portaba hubiera hecho casi imposible la maniobra consiguiente. El atardecer cabalgaba, como siempre cuando pintan bastos. Habría de subir a su compañero a pulso. Por delante del piolet pasó la cuerda por la espalda e hincando los crampones y flexionando rodillas y tronco, centímetro a centímetro, hacia atrás, fue izando al neozelandés que, dicho sea de paso, le sacaba unas cuantas libras de peso. Costoso y lento, todo iba bien hasta que la espalda de Tenzing, dio en su recorrido alejándose de la grieta, con un bloque de hielo. Con un esfuerzo sobrehumano esta vez, hubo de recuperar cuerda, no arrastrándose hacia atrás, sino poniéndose en pie, recuperando al volver a sentarse y de nuevo erguido, durante varias y agotadoras flexiones, tanto es así, que cuando al fin los dos se encontraron sobre la nieve, el salvado parecía el salvador.

Tras unos minutos de descanso. Tenzing con la espalda baldada, Hillary con el más profundo de los agradecimientos en el rostro, encaminaron sus pasos al campo II. Pocos metros antes de hollarlo el Sirdar prorrumpió en grandes carcajadas gritando ¡¡¡He salvado la vida del Sahid!!! ¡¡¡ He salvado la vida del Sahid!!! Hillary, estupefacto en principio, acabó partiéndose por la mitad entre la nieve, observando la risa sincera, la alegría inocente, casi infantil, que en aquellos momentos embargaba el alma de su compañero.

Aquella tarde, se selló la suerte de la expedición. Sin duda, tenían en sus manos, las llaves de la Diosa.

“Cuando el sol se esconde, las sombras se alargan hacia el punto del horizonte dónde aparecerá mañana"
Dawa Lama a Tenzing en el monasterio de Rongbuck, antes de partir en 1953.

................Alfredo Íñiguez 2008


Bibliografía

Tensing del Everest. Yves Malartic
The Ascent of Everest. Sir Jonh Hunt
Upon that Mountain. Eric Shipton
Annapurna premier Ochomil. Maurice Herzog
The assault on Mount Everest. Charles G. Bruce
The Alpine Journal.
La Montagne y Alpinisme.

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