UN FULGOR ANTIGUO
La fronda se resiste en vano a ser abatida por el viento sur. Los frutos del castaño tapizan la tierra. Son puercoespines... Mimetizados entre los ocres de las hojas vencidas por la estación, que comienzan a pudrirse entreveradas en el húmedo glauco de los prados.
Una cabaña se alza en medio de una cuesta en un gran claro del bosque, a media subida, el terreno se vuelve horizontal apenas unos metros, los suficientes para albergar su planta. El tejado, a dos aguas, cubre la cuadra cerrada por un hermoso cuarterón bajo cubierta. El soportal, da paso también al minúsculo refugio del pastor guardado por una diminuta puerta, a juego. Dentro, una esquina negra, carbón de mil lumbres sobre caliza. A su lado, la trébede recuerda otros tiempos y un lecho de hojarasca cubierto apenas por una vieja manta ¡Quién sabe que sueños!
El aire ha caído al atardecer, amainado el viento y ya de noche, una fina lluvia empapa la tierra. Pausada y a ratos, la dejan caer a su paso las nubes que juegan con la luna creciente. El valle se despliega desde la atalaya hasta descender al río Lena y remonta la otra vertiente al puerto de Pajares, donde un par de luceritas tenues y titilantes no hacen más que acentuar la soledad y el recuerdo de otras noches antiguas. De pronto, un silbido rasga el aire y corta la lluvia como una guadaña. En cada uno de los hondones del puerto canta un eco distinto. La locomotora silba otra vez, y una más… hasta dibujar la armonía de una fuga en el paso de montaña.
Las máquinas enfrentan sus caballos a la pendiente del Pajares. Una de ellas, dejará el convoy al tocar Busdongo. La misma, que sumó su fuerza en Campomanes al mercancías. Metro a metro, al límite del rozamiento, el tren, arrastra su lastre de hulla, retuerce sus vértebras y horada la montaña decenas de veces a medida que escala las laderas. A veces, en sus giros, enfrenta la tractora su poderoso fanal a la cabaña, sólo le puedo responder con la lumbre del cigarrillo.
Grita el tren un último silbar, suena lejano, los ecos con sordina tiñen la noche de melancolía…desaparece en la montaña, deja el Cantábrico.... a buscar las tierras leonesas… los llanos páramos… otros mares de trigo... surcará la vieja Castilla.
Toca la Curuxa una ululante canción, arrecia la lluvia, se cierra la noche.
Montes de La Frecha. Lena. Un otoño en los setenta.
...................................Alfredo Íñiguez...............2009
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