Ya están aquí.
La literatura y el alpinismo poseen una extraña esencia común. La literatura inspirada en la montaña es extraordinaria y vastísima. El alpinismo discurre en el tiempo de los hombres de la misma manera que las generaciones literarias: aparentemente por sorpresa. A toro pasado, uno se da cuenta de que esos grupos geniales de artistas de la cuerda o de la pluma despliegan toda su inspiración cuando al resto de la sociedad le llega la mierda a las orejas.
La Generación del 98, la del 27, los alpinistas de postguerra o la banda ochentera están todos recortados desde un mismo patrón: crisis económica y política profunda, cuando no una amoralidad manifiesta y persistente en el fondo y en la forma. (quedan los ejemplos pertinentes a la sabia discreción del lector y sus gustos).
No se puede escribir lo que no se imagina -o se padece-, como no se encontrará jamás en las alturas lo que uno no lleve en el corazón. El folio en blanco y la pared virgen causan el mismo vértigo. Surcar sus vericuetos imprevisibles parecido gasto de adrenalina. Los folios inmaculados de los Picos de Europa tienen el mejor de los gramajes, siempre ha sido así y por esa razón se merecen las plumas más inspiradas.
Este invierno una generación señalada se ha desatado -o se ha atado, según se mire- en la coronada Peña Santa y en el resto de la Cordillera Cantábrica. Por supuesto que ya estaban, y eran, hacía tiempo, mas siempre surge un año genial, pura catarsis. Que, además, coincida con el cincuenta aniversario de la apertura de La Rabadá/Navarro a la Oeste del Picu, parece un guiño a la propia historia piquista.
No son solo las aperturas. Iñaki, Vidal, Manu, Martín, Fernando, Víctor y otros etcéteras tan notables como los que cito, están desplegando un poderío insultante, por doquiera.
Y saben ustedes lo mejor… ¡¡¡apenas ha empezado el año!!!
A. Íñiguez 2012