miércoles, mayo 13, 2009

El ÚLTIMO ESPOLIQUE








Corría el año 1864 cuando el faro de S. Emeterio o Tina Mayor horadó la noche cantábrica quince millas mar adentro, también dio luz al cabotaje, por parecidas fechas, él de la punta de los Tazones, cuya linterna alumbraba al marino con siete millas de alcance. Otra señal fija marcaba la Punta de la Atalaya junto al viejo fuerte del siglo XVI en la villa de Luarca, pero en esta ocasión, pareció querer iluminar tierra adentro, a la nueva carretera inaugurada entre la noble villa y la capital de Asturias.
El nuevo trazado traería prosperidad y riqueza al concejo de Valdés, pero antes de que la Ferrocarrilana y Montañesa establecieran su ruta de diligencias y El Luarca introdujera sus trenes de pasajeros a motor de vapor, la valdesana braña de Leiriella surtía de arrieros a las pueblas occidentales. Los de Alzada, denostados durante centurias por su independencia y un desapego especial a las sotanas, eran conocedores de las veredas y pasos a Castilla, verdaderos maestros trashumantes.


Los viejos caminos y sendas de herradura sirvieron durante siglos a los hombres. Desde la caída del Imperio, las arterias que comunicaban los vastos territorios habían sido abandonadas a su suerte, dejó de existir el mantenimiento, se desplomaron los tráficos de bienes y personas. Las legiones no guardaban ya los confines y fronteras que irradiaban del centro del mundo.
Los meteoros arrasaron cientos, miles de leguas de empedrados por todo el orbe conocido, con todo, la ingeniería romana venció el paso de los siglos, muchas construcciones, puentes y acueductos resistieron impávidos a los elementos, las selvas no consiguieron ocultar las vías carreteras, y los trazados continuaron siendo útiles durante la edad oscura a los osados viajeros que arrostraban mil peligros al seguir aquellos rumbos plagados de bandidos: Unos, forajidos al uso. Otros, señores feudales de la espada, de la cruz o de ambas armas gravaban los viajes a fuerza de peajes que salpicaban por doquiera encrucijadas, cañadas y puertos.


Durante los siglos en que España fue dueña del mundo y nuestros navíos exploraban los confines del mar océano, apenas se viajaba por la piel de toro.


Cervantes nos habla de una Mancha desierta de hombres donde cada encuentro es novedad y reseña, y utiliza el recurso para hacer de ellos, uno a uno, épica aventura. Alonso Quijano hacía bien en ver castillos en las ventas, oasis en los solitarios páramos, ¿Cómo no habría de trocar molinos por gigantes y churras por legiones? ¿Cómo no hacer princesa de Aldonza Lorenzo? A la postre, espejismos difractados entre la soledad y el polvo manchego abrasado por el sol y batido por el viento.


En la práctica, sólo El Honrado Concejo de la Mesta de los Pastores de Castilla dio vida a los caminos exportando sus ricas lanas a toda Europa a lo largo de seiscientos años hasta su abolición en 1836. Por la cantábrica cornisa, a ambos lados de la cordillera, el Camino de Santiago generó cierta fluidez en los intercambios culturales, y poco más. No es de extrañar, que hasta casi concluso el siglo XIX, cuando se terminó la primitiva red de carreteras, orgullo de la modernidad, los viajes se realizaran en caravanas formadas por decenas de personas para darse común apoyo y asistencia, tal que sí no fueran a cruzar Castilla, sino el Gobi rumbo a Cipango.

Redactaba Don Mariano José de Larra en un artículo: Impresiones de un Viaje:

“Una endeble empresa sostiene la comunicación (Madrid-Badajoz) por medio de las galeras mensajerías aceleradas, que andan sesenta leguas en cinco días; es decir, que para llegar más pronto el mejor medio es apearse. Por otra parte, son tales, que galeras por galeras, se les pudieran preferir las de los forzados; sólo de quince en quince días sale una especie de coche-góndola con honores de diligencia. Servida además esta empresa por criados medianamente selváticos e insolentes, no ofrece al pasajero los mayores atractivos; añádase a esto que por economía, o por otras causas difíciles de penetrar, durante todo el viaje paran sus carruajes en la posada peor de todo el pueblo, donde hay más de una"

La galera infernal que Larra dibuja antecedió a la diligencia, sólo al final de su existencia aquellos carros admitieron amortiguación. Un entramado de cuerdas de esparto era el fondo que unía los dos ejes fijos que armaban las ruedas. Sobre la red se tiraba una cubierta que alguna vez fuera acolchada y se asentaban los bultos, mercancías y equipajes aprovechando sus cantos y esquinas para introducirlos en los cuadradillos de la malla. El carrozado lateral de barrotillo impedía la inclemencia con una cubierta exterior encerada y espartana estera por dentro. El techo era de lona. El acceso, trasero. Con lo que el destino hubiera dispuesto, acaso un colchón con mucha suerte, el galeote más que viajero, intentaba impedir la molienda de sus huesos situándolo sobre la carga. Y así, de esta manera, comenzaba el viaje. La distancia entre ejes oscilaba entre tres y cuatro metros, apenas metro y medio separaba a las ruedas. Los tiros, de hasta ocho mulas, indistintamente enjaezadas en parejas o en hilera. Cualquier otro andar que no fuera al paso hubiera sido suicidio. La velocidad en las mejores condiciones de navegación nueve o diez leguas diarias. Posadas y ventas son capítulo aparte, harina de otro costal.
Imagínate, pagado nauta del tren volador, el resultado de una buena pitanza a base de gachas de pastor con su compaña de morcilla, chorizo y torreznos, adornada de pimentera fritanga y de unas sardinas arenques. Deja volar tus sentidos, sobremanera el olfato, a ver al pasaje en tormentosa digestión dando palos al rosal, pero en galera, no en AVE.
De la villa de Jovellanos a Madrid, echar una docena de jornadas era de albricias. Partir en Creciente y llegar con Nueva, normal.

La arriería llevaba por bandera la honradez y autores diversos dan cumplida fe de esa virtud del oficio. Mi paisano, Don Jesús Evaristo de Casariego tuvo a bien transmitirnos su código de conducta, antaño, hubo de correr de boca en boca:

"Paso largo, vista más larga aun; mano izquierda; palabra como escritura; gramática parda; decir a todo el mundo mucho sí y poco no; no fiarse ni del ronzal de la propia mula, y sobre todo, honradez suma en el manejo de dineros ajenos, que son cosa sagrada"

Un tipo singular llama la atención dentro de este animado mundo, el oficio de espolique o mozo de espuelas. Su labor consistía en acompañar, cuidar y asistir caballería y viajero. Siempre a pie. Cumplido el alquiler, retornaba el animal a la posta de origen. Un guía, en definitiva.


En los crudos inviernos alumbraba la senda a la luz de una antorcha. Durante los estíos encontraba los más frescos de entre los manantiales. Debía, en buena ocasión, llevar al viajero a honesta posada y advertirle de cuchitriles y piojos, de malos yantares y aguados vinos.
Al igual que los mayorales de diligencias y galeras, podía portar armas, lo que alejaba el peligro de asaltos durante las travesías. Era, en muchas ocasiones, correo y mensajero. De entre los más veloces y fiables algunos llegaron a realizar esa labor en exclusiva. Aún se recuerda en Luarca al sin par Sindo que recorría campo a través por atajos y secretos caminos la distancia de más de ochenta kilómetros hasta Oviedo en menos de una jornada y que prosperó en la arriería gracias a su buen hacer.

De esos ya míticos espoliques encontramos referencia sobrada en la literatura, baste el botón de muestra que Don Benito Pérez Galdós nos lega en magnífica prosa, la que adorna sus Episodios Nacionales. Las líneas siguientes pertenecen a De Cartago a Sagunto

“…Como encantada por achaque de brujería o maleficio, no lo creo, señor -replicó mi espolique-. Ahora, si achacamos a encantamento el golpe de gente, el rebullicio, el entrar y salir de oficiales, curas, mujeres de toda laya... con perdón... todos pidiendo de comer, comiendo el que puede, éstos borrachos por el mosto, aquéllos por el meneo de los naipes... si es así, la casa de Irucheta está dada, como quien dice, a todos los demonios.”(…) Ya entraba la luz solar en la habitación cuando dije a mi espolique: Mientras yo me levanto vete callandito a la cocina, manda que me aderecen la riquísima esencia de castañas que aquí llaman café, y me la traes con abundante leche bien caliente para desayunarme. Para ti pides el chorizo y panazo que te gusta. En cuantico que metamos ese lastre en el cuerpo recogemos nuestros bártulos, bajamos de puntillas sin que nadie nos vea, pagamos la cuenta, ensillamos el jaco y salimos pitando de esta condenada Tafalla”

Desconozco de dónde le viene a D. Benito el cariño por Tafalla. Máxime, cuando el Corsario de Navarra, Don Francisco Espoz y Mina, atacó la plaza al gabacho en 1911 y se la arrebató el año siguiente. La mora Al-Tafaylla, (Dónde comienzan los cultivos) Enclave estratégico napoleónico, a veinte alcances de cañón de 12 libras de Pamplona, cuartel general francés el mismo año de la invasión.
Lo que sí apreciamos al primer golpe de vista es la complicidad del viajero y su espolique. Nos lo cuenta el plural empleado en la descripción de las labores, el especial cuidado con que el patrón cuida del almuerzo de los dos, el entendimiento que adorna al espolique y del que hace gala a la hora de pintar el fresco de la posada.

Podría, en el antiguo régimen, ser espolique sinónimo de escudero, de adelantado criado para su señor, nos aproximaríamos a sus menesteres y obligaciones. De igual manera, como no ver en Sindo a un Filípides de la edad moderna o a un mandadero medieval, corriendo leguas entre fortalezas, con nuevas a Sancho el Fuerte del desastre de Alarcos.
Cometeríamos un error, la gracia de espolique es libertad, la conforma su independencia. No es siervo ni soldado, sino que alquila al viajero su experiencia y dominio del y para el camino. Durante las guerras carlistas ejercieron su labor sin dificultades notables. Fueron respetados por parte de ambos bandos puesto que con igual diligencia sirvieron a liberales y monárquicos. Estaban los caminos norteños como para mover tropas a la buena de Dios.


El hombre que hogaño se daba al viaje en soledad habría de ser osado, valiente y aventurero, otra opción era estar como una cabra, dejando a un lado a locos y almas en pena, las anteriores virtudes siempre van de la mano de la inteligencia. ¿Cómo no habría nuestro viajero de hacerse acompañar de un avispado conocedor de la ruta? Al menos, en los territorios más inhóspitos y arriesgados, en los temibles pasos de la Cordillera Cantábrica, los Pirineos o en los despeñaderos de la Sierra Morena.
Y nuestro espolique, a la sabiduría que cada legua sumara a su conocimiento, habría de añadir lo aprendido de aquellos hombres singulares por los que era solicitado para hollar esas sendas.

“La libertad Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos (…) por ella se puede y debe aventurar la vida”

Se cuenta como cierta esta anécdota sobre el conde de Romanones que en una partida de caza a la que asistía como era su costumbre a lomos de un pollino, el osado espolique que a su vera caminaba le espeto:

- Con todo el dinero que tiene vuestra señoría. ¿Cómo no lo reparte entre los españoles.
-¿Cuánto dinero crees que tengo?

Nuestro héroe aventuró una cifra.

El autor del Decreto de la Jornada de Ocho Horas, hizo sus cálculos y echando mano a la faltriquera respondió:

-Ahí tienes la peseta que te corresponde de tu parte.

Y que decir de los espoliques de allende los mares.Un apunte.Durante la construcción a mediados del siglo XIX del Ferrocarril Bolívar de Tucacas a las Minas de Aroa, los ingenieros de caminos se adentraban en la selva a marcar los trazados. Correspondió el primer intento, hubo tres durante 86 años, al ingeniero inglés Robert Stephenson, hijo de George Stephenson, el inventor del ferrocarril que se hizo acompañar adecuadamente...

“… precisamos de la compañía de espoliques que atendían a todos los menesteres del viaje: ensillar y desensillar las cabalgaduras, bañarlas, mover equipajes, avisar de los peligros y fieras de la selva (…) Si se trataba de corta permanencia, esperaban a sus patrones, pero si éstos prolongaban su estancia, entonces regresaban con bestias y bagajes a fuerza de acopiar nuevos suministros”

"La curiosa non se pique si la llaman espolique" Reza el dicho carretero y asturiano. Es de ley. En un individuo dueño de caminos y sendas, quedaría a su criterio tratar con discreción asuntos peliagudos. A su albedrío, dejar correr unos chismes y callar los que menester hubiere de silenciar. Aunque no da el espolique tono de felón o correveidile, el que calla otorga, o aún mejor: Sabes más por lo que te ahorras que por lo que cuentas. En esencia, era el portador de noticias y nuevas: Las grandes, y las de andar por casa. Y aunque fuera maestro en discreción y tacto, sobraría seguro, alcahuete y metomentodo quien pusiera en su boca y a conveniencia mentiras y dislates.

Y ahora voy arrimar el ascua a mi sardina: Candasina y cantábrica por cierto, a la plancha manjar y de espolique: en arenque magnífico sustento.

Muleta, voy a usar prestada de un gran humanista, sí añado montañero, es reiteración de sabia humanidad, pero me gusta. Hace pocas fechas el maestro palentino Don Alejandro Díez Riol apuntaba comentando un libro, afición que le honra y de la que aprendemos unos cuantos lebreles.

“El autor del libro que comento se llamaba Luis García Guinea que fue notario de Cervera en la década de los últimos 40 y primera mitad de los 50. Muy deportista, Presidente del Club de Fútbol de Cervera, gran nadador, montañero, subió varios años a la cumbre de Curavacas por el Norte, de ahí ese nombre –vía del notario- que ya se ha hecho un hueco en esa montaña. Lo hacía siempre acompañado de “espoliques” o sea acompañantes de Cervera y sobre todo de Resoba.”

Me consta que Don Alejandro no elige calificativos y epítetos a las siete y media, luego, cuando dice espolique, no menta criado, ni porteador, sino espolique.

Y claro, veo al Atrevido* como al gran espolique de los Picos de Europa. En su actitud de experto guía, en su apasionante prosa que aún nos sobrecoge por su sencilla honradez, de la misma manera que lo hizo con Don Pedro Pidal, el primero en darla a conocer al tiempo que la suya propia, relatando la primera al Urriellu. Creo que así lo ve Don Francisco Ballesteros cuando nos arrebata relatándonos el paso que guió el Cainejo (Perdona Paco) entre los dos macizos señeros, antes de la hazaña

Eran espoliques los Cargadores Reunidos, claro que sí. Apurando un poco el espíritu que nos anima, mucho ha de haber de espoliques en nuestros guías actuales y en los corredores de la Travesera, quizás su mensaje no vaya lacrado, ni se susurre al oído de viva voz. Simplemente corre y vuela por los collados y las cumbres y nos trae recuerdos de nuestros abuelos, aquellos hombres y mujeres de una dureza sin par, de una fortaleza de corazón a toda prueba, que en buena hora, precedieron nuestros pasos.

Gracias, lector amable, por haber soportado paciente este relato a lomos de esta humilde cabalgadura que es la pequeña historia. Ojalá mi pluma medio roma, haya sido buena compaña de espolique.





.............................Alfredo Íñiguez.....2009

*Según investigaciones de Don Francisco Ballesteros Villar, el verdadero apodo de Don Gregorio Pérez no era "El Cainejo", condición de todos aquellos bravos pastores de la peña de Cain, sino "El Atrevido" . Llama poderosamente la atención que sus propios paisanos que tenían fama de no morir en la cama sino despeñados, dado los riesgos que asumían en su labor cotidiana de pastoreo, distinguieran al mítico pastor con tal apelativo.

Bibliografía.

"Episodios Nacionales" Benito Pérez Galdós
"Viajeros en el tiempo, Asturias, tránsito e historia" Fernando Romero García
“Revista de Folklore" Fundación Joaquín Díaz
“Revista de Obras Públicas, Febrero 1984”
“Historias y Leyendas de Guadalajara” Felipe Olivier López-Merlo
“Delgado de Smith, Yamile: Trabajo y Migración a propósito de la construcción
del Ferrocarril del siglo XXI. Experiencia venezolana”
"Foro Picos de Europa"

1 comentario:

  1. Anónimo8:24 p. m.

    Cuando calientas las teclas, todo sale mas entretenido Fredo.
    Muy bueno colega, muy bueno.
    Un saludo

    Mon.

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